25
Cristo sufrió y murió . . .
PARA CONVERTIRSE PARA NOSOTROS EN EL LUGAR DONDE NOS REUNIMOS CON DIOS
Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo,
¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo.
Juan 2:19-21
Mátenme, y me convertiré en el centro mundial de reunión con Dios». Esa es la manera en que yo haría la paráfrasis de Juan 2:19-21. Ellos pensaron que Jesús se refería al templo de Jerusalén. «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Pero se refería a su cuerpo.
¿Por qué Jesús estableció la conexión entre el templo judío y su propio cuerpo? Porque Él vino a tomar el lugar del templo como sitio de reunión con Dios. Con la venida del Hijo de Dios en carne humana, el ritual y la adoración experimentarían profundo cambio. Cristo mismo llegaría a ser el final cordero de la Pascua, el sacerdote final, el templo final. Todos ellos pasarían, pero él permanecería.
Lo que quedó sería infinitamente mejor. Refiriéndose a Él mismo, Jesús dijo: «Os digo, uno mayor que el templo está aquí» (Mateo 12:6). El templo llegó a ser la morada de Dios en tiempos excepcionales, cuando la gloria de Dios llenó el santo lugar. Pero de Cristo la Biblia dice: «Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Colosenses 2:9). La presencia de Dios no va y viene en Jesús. Él es Dios, y donde nos encontramos con Él encontramos a Dios.
Dios se reunió con las personas en el templo a través de muchos imperfectos mediadores humanos. Pero ahora se dice de Cristo: «Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). Si queremos reunirnos con Dios en adoración, hay un solo lugar adonde debemos ir: a Jesucristo. El cristianismo no tiene centro geográfico como el islamismo y el judaísmo.
Una vez, cuando Cristo confrontó a una mujer con su adulterio, esta cambió el tema y dijo: «Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar». Jesús la siguió en su digresión: «Mujer, … la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre». La geografía no es lo importante. ¿Qué es lo importante? «La hora viene, y ahora es», continuó Jesús, «cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Juan 4:20-23).
Jesús cambia de categoría completamente. Ni en este monte ni en esta ciudad, sino en Espíritu y en verdad. Él vino al mundo para ampliar las limitaciones geográficas. No hay templo ahora. Jerusalén no es el centro. Cristo lo es. ¿Queremos ver a Dios? Jesús dice: «Cualquiera que me ha visto ha visto al Padre» (Juan 14:9). ¿Queremos recibir a Dios? Jesús dice. «El que me recibe a mí, recibe al que me envió» (Mateo 10:40). ¿Queremos tener la presencia de Dios en la adoración? La Biblia dice: «El que confiesa al Hijo tiene también al Padre» (1 Juan 2:23). ¿Queremos honrar al Padre? Jesús dice: «El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió» (Juan 5:23).
Cuando Cristo murió y resucitó, el viejo templo fue reemplazado por el Cristo mundialmente accesible. Puedes ir a él sin mover un músculo. Él está tan cerca como la fe.