Lectura 25 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA CONVERTIRSE PARA NOSOTROS EN EL LUGAR DONDE NOS REUNIMOS CON DIOS

Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo,
¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo.
Juan 2:19-21

Mátenme, y me convertiré en el centro mundial de reunión con Dios». Esa es la manera en que yo haría la paráfrasis de Juan 2:19-21. Ellos pensaron que Jesús se refería al templo de Jerusalén. «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Pero se refería a su cuerpo.

¿Por qué Jesús estableció la conexión entre el templo judío y su propio cuerpo? Porque Él vino a tomar el lugar del templo como sitio de reunión con Dios. Con la venida del Hijo de Dios en carne humana, el ritual y la adoración experimentarían profundo cambio. Cristo mismo llegaría a ser el final cordero de la Pascua, el sacerdote final, el templo final. Todos ellos pasarían, pero él permanecería.

Lo que quedó sería infinitamente mejor. Refiriéndose a Él mismo, Jesús dijo: «Os digo, uno mayor que el templo está aquí» (Mateo 12:6). El templo llegó a ser la morada de Dios en tiempos excepcionales, cuando la gloria de Dios llenó el santo lugar. Pero de Cristo la Biblia dice: «Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Colosenses 2:9). La presencia de Dios no va y viene en Jesús. Él es Dios, y donde nos encontramos con Él encontramos a Dios.

Dios se reunió con las personas en el templo a través de muchos imperfectos mediadores humanos. Pero ahora se dice de Cristo: «Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). Si queremos reunirnos con Dios en adoración, hay un solo lugar adonde debemos ir: a Jesucristo. El cristianismo no tiene centro geográfico como el islamismo y el judaísmo.

Una vez, cuando Cristo confrontó a una mujer con su adulterio, esta cambió el tema y dijo: «Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar». Jesús la siguió en su digresión: «Mujer, … la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre». La geografía no es lo importante. ¿Qué es lo importante? «La hora viene, y ahora es», continuó Jesús, «cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Juan 4:20-23).

Jesús cambia de categoría completamente. Ni en este monte ni en esta ciudad, sino en Espíritu y en verdad. Él vino al mundo para ampliar las limitaciones geográficas. No hay templo ahora. Jerusalén no es el centro. Cristo lo es. ¿Queremos ver a Dios? Jesús dice: «Cualquiera que me ha visto ha visto al Padre» (Juan 14:9). ¿Queremos recibir a Dios? Jesús dice. «El que me recibe a mí, recibe al que me envió» (Mateo 10:40). ¿Queremos tener la presencia de Dios en la adoración? La Biblia dice: «El que confiesa al Hijo tiene también al Padre» (1 Juan 2:23). ¿Queremos honrar al Padre? Jesús dice: «El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió» (Juan 5:23).

Cuando Cristo murió y resucitó, el viejo templo fue reemplazado por el Cristo mundialmente accesible. Puedes ir a él sin mover un músculo. Él está tan cerca como la fe.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 24 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA DARNOS SEGURO ACCESO AL LUGAR SANTÍSIMO

Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo
por la sangre de Jesucristo…
Hebreos 10:19

Uno de los grandes misterios en el Antiguo Testamento fue el significado de la tienda de campaña que Israel utilizaba para la adoración llamada «tabernáculo». El misterio se insinuó pero no se hizo claro. Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto y llegó al Monte Sinaí, Dios dio detalladas instrucciones a Moisés sobre cómo construir esta tienda de campaña de adoración con todas sus partes y mobiliario. La parte misteriosa acerca de esto fue el siguiente mandato: «Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte» (Éxodo 25:40).

Cuando Cristo vino al mundo 1.400 años más tarde, se reveló en forma más completa que este «modelo», porque el viejo tabernáculo era una «copia» o una «sombra» de las realidades en el cielo. El tabernáculo fue una figura terrenal de una realidad celestial. Así, pues, en el Nuevo Testamento leemos esto: «[Los sacerdotes] sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte» (Hebreos 8:5).

De modo que todas las prácticas del culto de Israel en el Antiguo Testamento señalan hacia algo más real. Así como había lugares santos en el tabernáculo, donde el sacerdote repetidamente manejaba la sangre del sacrificio de los animales y se reunía con Dios, así hay «lugares santos» infinitamente superiores a aquellos en el cielo, donde Cristo entró con su propia sangre, no repetidamente, sino una vez por todas.

Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención (Hebreos 9:11-12).

La implicación de esto para nosotros es que la vía está ahora abierta para que podamos ir con Cristo a todos los lugares santísimos de la presencia de Dios. Antiguamente sólo los sacerdotes judíos podían entrar en la «copia» y «sombra» de estos lugares. Sólo el sumo sacerdote podía ir una vez al año dentro del Lugar Santísimo donde la gloria de Dios aparecía (Hebreos 9:7). Había una cortina prohibitoria que protegía el lugar de la gloria. La Biblia nos dice que cuando Cristo expiró en la cruz, «el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y la tierra tembló y las rocas se partieron» (Mateo 27:51).

¿Qué significaba eso? La interpretación nos es dada en estas palabras: «[Tenemos] libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne» (Hebreos 10:19-20). Sin Cristo, la santidad de Dios tenía que protegerse de nosotros. El habría sido deshonrado, y nosotros habríamos sido consumidos a causa de nuestro pecado. Pero ahora, gracias a Cristo, podemos acercarnos y festejar nuestros corazones en la plenitud de la flamígera hermosura de la santidad de Dios. Él no será deshonrado. Nosotros no seremos consumidos. Porque por el todo protector Cristo, Dios será honrado, y nosotros permaneceremos en admiración reverente para siempre. Por consiguiente, no temamos ir a Él. Pero hagámoslo por medio de Cristo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 23 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA QUE PODAMOS PERTENECER A ÉL

También vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos.
Romanos 7:4

No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio.
1 Corintios 6:19-20

[Apacentemos] la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.
Hechos 20:28

Lo más importante no es quiénes somos, sino de quién somos. Por supuesto, muchas personas creen que no son esclavas de nadie. Sueñan con la independencia total. Como una medusa llevada por las olas se siente libre porque no tiene las ataduras que tiene una barnacla.

Pero Jesús tenía un mensaje para las personas que pensaban de esa manera. Dijo: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Pero ellos respondieron: «Jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo es que dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado esclavo es del pecado» (Juan 8:32-34).

La Biblia no da categoría de real a los pecadores que se consideran con determinación propia. No existe autonomía en el mundo caído, Estamos gobernados por el pecado o gobernados por Dios. «Sois esclavos de aquel a quien obedecéis … Cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. Mas ahora … habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios» (Romanos 6:16, 20, 22).

La mayor parte del tiempo somos libres de hacer lo que deseamos. Pero no somos libres para desear lo que debemos. Para eso necesitamos un nuevo poder basado en una compra divina. El poder es de Dios. Por eso es que la Biblia dice: «Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón» (Romanos 6:17). Dios es el único que puede concederles que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él (2 Timoteo 2:25-26).

Y la compra que desata ese poder es la muerte de Cristo. «No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio (1 Corintios 6: 19-20). ¿Y qué precio pagó Cristo por los que confían en Él? «Los ganó con su propia sangre» (Hechos 20:28).

Ahora sí somos libres. No para ser autónomos, sino para desear lo que es bueno. Un nuevo método de vida se abre ante nosotros cuando la muerte de Cristo llega a ser la muerte de nuestro viejo yo. La relación con el Cristo vivo reemplaza las reglas. Y la libertad de producir frutos reemplaza la esclavitud de la ley. «Vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios» (Romanos 7:4).

Cristo sufrió y murió para que pudiéramos estar libres de la ley y el pecado, y pertenecer a Él. Aquí es donde la obediencia deja de ser una carga y se convierte en la libertad de llevar fruto. Recuerde, no nos pertenecemos. ¿De quién es usted? Si es de Cristo, acérquese entonces y sea de Él.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 22 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA LLEVARNOS A DIOS

También Cristo padeció una sola vez por los pecados,
el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
1 Pedro 3:18

Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos,
habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.
Efesios 2:13

Al fin de cuentas, Dios es el evangelio. Evangelio significa «buenas noticias». El cristianismo no es primero teología, sino noticias. Es como cuando los prisioneros de guerra oyeron por una radio escondida que los aliados habían desembarcado y el rescate era cuestión de tiempo. Los guardias se preguntaban por qué todos estaban regocijados.

Pero ¿cuál es el supremo bien en las buenas noticias? Todo termina en una cosa: Dios mismo. Todas las palabras del evangelio conducen a Él, o no son el evangelio. Por ejemplo, la salvación no es buena noticia si solo salva del infierno y no lleva a Dios. El perdón no es buena noticia si solo nos alivia de la culpa y no abre el camino hacia Dios. La justificación no es buena noticia si solo nos hace legalmente aceptables a Dios pero no trae amistad con Dios. La redención no es buena noticia si solo nos libera de la servidumbre pero no nos lleva a Dios. La adopción no es buena noticia si solo nos coloca en la familia del Padre pero no en sus brazos.

Esto es crucial. Muchas personas parecen aceptar las buenas noticias sin aceptar a Dios. No existe prueba segura de que tenemos un nuevo corazón solo porque deseemos escapar del infierno. Ese es un deseo perfectamente natural. No es sobrenatural. No se necesita un nuevo corazón para desear el alivio psicológico del perdón, o la suspensión de la ira de Dios, o la herencia del mundo de Dios. Son deseos lógicos que no implican cambio espiritual alguno. Uno no necesita nacer otra vez para desear estas cosas. El diablo las desea.

No hay nada malo en desearlas. Realmente es una insensatez no quererlas. Pero la evidencia de que hemos sido cambiados es que deseamos estas cosas porque nos traen el gozo de Dios. Esto es lo más importante en cuanto a los motivos de la muerte de Cristo. «Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pedro 3:18).

¿Por qué es ésta la esencia de las buenas nuevas? Porque fuimos hechos para experimentar la plena y duradera felicidad de contemplar y saborear la gloria de Dios. Si nuestro gozo mejor viene de algo menor, somos idólatras y Dios es deshonrado. Él nos creó de tal manera que su gloria se manifieste a través de nuestro gozo en ella. El evangelio de Cristo es la buena noticia de que al costo de la vida de su Hijo, Dios ha hecho todo lo necesario para cautivarnos con lo que nos hará felices eternamente y en forma creciente: Él mismo.

Mucho antes de venir Cristo, Dios se reveló a sí mismo como la fuente de pleno y duradero placer. «Me mostrarás la senda de la vida. En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias en tu diestra para siempre» (Salmo 16:11). Entonces Él envió a Cristo a sufrir «para que pudiera llevarnos a Dios». Esto quiere decir que envió a Cristo para llevarnos al gozo más profundo y prolongado que un humano puede tener. Oigamos entonces la invitación: Vuélvanse de «los deleites temporales del pecado» (Hebreos 11:25) y busquemos «placeres eternos». Busquemos a Cristo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 21 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA RECONCILIARNOS CON DIOS

Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
Romanos 5:10

La reconciliación que es necesario que ocurra entre el hombre pecador y Dios tiene dos vías. Nuestra actitud hacia Dios debe cambiar de desafío a fe. Y la actitud de Dios hacia nosotros debe cambiar de ira a misericordia. Pero las dos no son iguales. Yo necesito la ayuda de Dios para cambiar; pero Dios no necesita la mía. Mi cambio tendrá que venir desde afuera de mí, pero el cambio de Dios se origina en su propia naturaleza. Lo que significa, sobre todo, que no es un cambio de parte de Dios en lo absoluto. Es la propia acción de Dios planificada para dejar de estar contra mí y estar a mi favor.

Las palabras sumamente importantes son «siendo enemigos». Fue entonces cuando «fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Romanos 5:10). Mientras éramos enemigos. En otras palabras, el primer «cambio» fue de Dios, no de nosotros. Nosotros éramos aún enemigos. No que estábamos conscientemente en son de guerra. La mayoría de la gente no son hostiles contra Dios conscientemente. La hostilidad se manifiesta más sutilmente en una quieta insubordinación e indiferencia. La Biblia lo describe así: «Los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (Romanos 8:7).

Mientras estábamos aún en esa condición, Dios puso a Cristo por delante para sobrellevar nuestros pecados nacidos de la ira y hacer posible para él tratarnos sólo con misericordia. El primer acto de Dios al reconciliarnos con Él fue quitar el obstáculo que lo hacía irreconciliable, es decir, la culpabilidad por nuestro pecado tan ofensiva para Dios. «En Cristo Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados» (2 Corintios 5:19, NVI).

Cuando los embajadores de Cristo llevan este mensaje al mundo, dicen: «Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Corintios 5:20). ¿Quieren solamente decir: Cambien de actitud respecto de Dios? No, también quieren decir: Reciban el previo trabajo de Dios en Cristo para reconciliarse Él con ustedes.

Considérese esta analogía de reconciliación entre los hombres. Jesús dijo: «Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (Mateo 5:23-24). Cuando dice, «Ve, reconcíliate con tu hermano», nótese que es el hermano quien debe cancelar su juicio. El hermano es quien «tiene algo contra ti», como Dios tiene algo contra nosotros. «Reconcíliate con tu hermano» quiere decir haz lo que debes para que el juicio de tu hermano contra ti sea cancelado.

Pero cuando oímos el evangelio de Cristo, encontramos que Dios ha hecho eso ya: El Señor dio los pasos que nosotros no podemos dar para cancelar el castigo divino. Envió a Cristo para sufrir en nuestro lugar. La decisiva reconciliación tuvo lugar «mientras éramos enemigos». La reconciliación de nuestra parte es simplemente recibir lo que Dios ya ha hecho, de la misma manera en que se recibe un regalo infinitamente valioso.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 20 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA REDIMIRNOS DEL PRESENTE SIGLO MALO

Se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo,
conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre.
Gálatas 1:4

Hasta que muramos, o hasta que Cristo regrese a establecer su reino, vivimos en «el presente siglo malo». Por consiguiente, cuando la Biblia dice que Cristo se dio a sí mismo para librarnos del «presente siglo malo», no quiere decir que nos sacará de este mundo, sino que nos librará del poder del mal que está en él. Jesús oró por nosotros del modo siguiente: «No te pido que los quites del mundo, sino que los libres del mal» (Juan 17:15).

Jesús oró que se nos librara «del mal» porque «el presente siglo malo» es una era en que a Satanás le es concedida libertad para engañar y destruir. La Biblia dice: «El mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19). Este «maligno» es llamado «el dios de este siglo», y su principal objetivo es cegar a las personas para que no vean la verdad. «El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo» (2 Corintios 4:4).

Hasta que despertemos de nuestra oscurecida condición espiritual, viviremos en sincronización con «el presente siglo malo» y el gobernante de ella. En otro tiempo anduvimos «siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (Efesios 2:2). Sin saberlo, éramos lacayos del diablo. Lo que sentíamos como libertad era esclavitud. La Biblia habla directamente de los caprichos, diversiones y adicciones del siglo veintiuno cuando dice: «Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció» (2 Pedro 2:19).

El grito resonante de libertad en la Biblia es, «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por la renovación de vuestro entendimiento» (Romanos 12:2). En otras palabras, ¡sean libres! No se dejen engañar por los gurus de estos tiempos. Ellos están aquí hoy y se van mañana. Un capricho esclavizante sigue a otro. Treinta años a partir de ahora los tatuajes de hoy no serán marcas de libertad, sino indelebles recordatorios de conformidad.

La sabiduría de esta era es insensatez según la perspectiva de la eternidad. Por eso, «nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios» (1 Corintios 3:18-19). ¿Qué, pues, es la sabiduría de Dios en esta era? Es la gran muerte liberadora de Jesucristo. Los primeros seguidores de Jesús decían: «Predicamos a Cristo crucificado … el poder de Dios y la sabiduría de Dios» (1 Corintios 1:23-24).

Cuando Jesucristo fue a la cruz, liberó a millones de cautivos. Desenmascaró el fraude del diablo y destruyó su poder. Eso es lo que Él quiso decir en vísperas de su crucifixión cuando dijo: «Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera» (Juan 12:31). No sigamos a un enemigo derrotado. Sigamos a Cristo. Es costoso. Seremos proscritos en esta era. Pero seremos libres.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 19 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA DAR VIDA ETERNA A TODO EL QUE CREE EN ÉL

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Juan 3:16

En nuestros tiempos más felices no queremos morir. El deseo de morir surge solamente cuando nuestros sufrimientos parecen insoportables. Lo que realmente deseamos en esos tiempos no es la muerte, sino el alivio. Quisiéramos que volvieran los buenos tiempos. Quisiéramos que desapareciera el dolor. Quisiéramos ver a nuestro ser querido regresar de la tumba. Queremos vida y felicidad.

Nos engañamos cuando fantaseamos la muerte como el clímax de una vida bien vivida. La muerte es un enemigo que nos separa de los maravillosos placeres de este mundo. Llamamos a la muerte con dulces nombres como si fuera el menor de los males. Ese verdugo que da el golpe de gracia a nuestros sufrimientos no es la realización de un anhelo, sino el fin de la esperanza. El deseo del corazón humano es vivir y ser feliz.

Dios nos hizo en esa forma. «El ha puesto eternidad en el corazón del hombre» (Eclesiastés 3:11). Somos creados a la imagen de Dios y Dios ama la vida y vive para siempre. Estamos hechos para vivir para siempre y viviremos. Lo opuesto a la vida eterna no es la aniquilación. Es el infierno. Jesús habló de esto más que nadie, y dejó bien claro que rechazar la vida eterna que ofrece resulta no en la obliteración, sino en la desgracia de enfrentar la ira de Dios. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él» (Juan 3:36).

Y permanece para siempre. Jesús dijo: «E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna» (Mateo 25:46). Esta es una inenarrable realidad que muestra la infinita maldad de tratar a Dios con indiferencia o desprecio. Por eso Jesús advierte: «Si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga» (Marcos 9:47-48).

Así que la vida eterna no es meramente la extensión de esta vida con su mezcla de dolor y placer. Así como el infierno es el peor resultado de esta vida, la «vida eterna» es el mejor. La vida eterna es la suprema y aun creciente felicidad donde todo pecado y toda tristeza desaparecerán. Todo lo que sea malo y dañino en esta creación caída será eliminado. Todo lo que sea bueno —todo lo que traiga verdadera y perdurable felicidad— será preservado, purificado e intensificado.

Seremos cambiados de modo que seremos capaces de grados de felicidad inconcebibles para nosotros en esta vida. «Lo que ojo no vio ni oído escuchó, ni corazón de hombre imaginó… ha preparado Dios para los que lo aman» (1 Corintios 2:9). Esto es verdad cada momento de nuestra vida, ahora y siempre. Para aquellos que confían en Cristo lo mejor está aún por venir. Veremos la satisfaciente gloria de Dios. «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único verdadero Dios y a Jesucristo, a quien tú has enviado» (Juan 17:3). Para esto Cristo sufrió y murió. ¿Por qué no lo abrazamos a Él como nuestro tesoro, y vivimos?

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 18 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA SANARNOS DE ENFERMEDADES MORALES Y FÍSICAS

El castigo de nuestra paz fue sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados.
Isaías 53:5

Sanó a todos los enfermos, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo:
El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.
Mateo 8:16-17

Cristo sufrió y murió para que la enfermedad pueda ser un día totalmente destruida. La enfermedad y la muerte no eran parte del plan original de Dios con el mundo. Aparecieron con el pecado como parte del juicio de Dios contra la creación. La Biblia dice: «La creación fue sujeta a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza» (Romanos 8:20). Dios sujetó al mundo a la futilidad del dolor físico para mostrar el horror del mal moral.

Esta futilidad incluye la muerte. «El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte» (Romanos 5:12). Esto incluye todos los gemidos de la enfermedad. Y los cristianos no están excluidos: «No sólo ella [la creación], sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Romanos 8:23).

Pero toda esta miseria de la enfermedad es temporal. Esperamos ansiosamente una época cuando el dolor corporal no exista más. La sujeción de la creación a la futilidad no era permanente. Desde el mismo principio de su juicio, la Biblia dice que Dios puso su mira en la esperanza. Su propósito final ha sido que «la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Romanos 8:21).

Cuando Cristo vino a este mundo, vino con la misión de realizar esta redención global. Señaló su propósito curando a muchas personas durante el curso de su vida. Hubo ocasiones cuando las multitudes se reunían y él sanaba a todos los que estaban enfermos (Mateo 8:16; Lucas 6:19). Esto era una manifestación previa de lo que iba a pasar al final de la historia cuando «enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor» (Apocalipsis 21:4).

La manera en que Cristo derrotó a la muerte y la enfermedad fue tomándolas sobre sí mismo y llevándolas con él a la tumba. Cuando sufrió y murió, Jesús sufrió el juicio de Dios contra el pecado que trajo la enfermedad. El profeta Isaías explicó la muerte de Cristo con estas palabras: «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados» (Isaías 53:5). Los horribles golpes sobre la espalda de Jesús trajeron un mundo sin enfermedad.

Un día toda enfermedad será eliminada de la creación redimida por Dios. Habrá una nueva tierra. Tendremos nuevos cuerpos. La muerte será tragada por la vida eterna (1 Corintios 15:54; 2 Corintios 5:4). «El lobo y el cordero serán apacentados juntos: y el león comerá hierba como el buey» (Isaías 65:25). Y todo el que ame a Cristo cantará cánticos de gratitud al Cordero que fue inmolado para redimirnos del pecado y la muerte y la enfermedad.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 17 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA OBTENER TODAS LAS COSAS QUE SON BUENAS PARA NOSOTROS

El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
Romanos 8:32

Me encanta la lógica de este versículo. No porque me guste la lógica, sino porque me gusta tener mis verdaderas necesidades satisfechas. Las dos mitades de Romanos 8:32 tienen una conexión lógica estupendamente importante. Podemos no verla, puesto que la segunda mitad es una pregunta: «¿Cómo no nos dará también con él todas las cosas?» Pero si cambiamos la pregunta a la declaración que esto implica, se ve clara: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, bondadosamente nos dará, por lo tanto, seguramente, también con él todas las cosas».

En otras palabras, la conexión entre las dos mitades tiene el propósito de hacer la segunda mitad absolutamente cierta. Si Dios hizo lo más difícil de todo —a saber, entregar a su propio Hijo para sufrir y morir— entonces es cierto que hará lo que es comparativamente fácil: darnos con Él todas las cosas. El propósito total de Dios de darnos todas las cosas es más seguro que el sacrificio de su Hijo. Él dio a su Hijo «por todos nosotros». Hecho esto, ¿podría él dejar de hacer cosas a nuestro favor? Sería inconcebible.

Pero ¿qué significa «darnos todas las cosas»? No una vida suave de comodidades. Ni tampoco seguridad contra nuestros enemigos. Esto lo sabemos por lo que dice la Biblia cuatro versículos más adelante: «Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero» (Romanos 8:36). Muchos cristianos, aun hoy, sufren esta clase de persecución. Cuando la Biblia pregunta sí «la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro o la espada [podrán] separarnos del amor de Cristo?» (Romanos 8:35) la respuesta es no. No porque estas cosas no les pasen a los cristianos, sino porque «en todas estas cosas somos más que vencedores, por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:37).

¿Qué pues significa que por la muerte de Cristo por nosotros Dios ciertamente nos dará con él «todas las cosas»? Esto quiere decir que Él nos dará todas las cosas que sean buenas para nosotros. Todas las cosas que realmente necesitamos a fin de ser conformados a la imagen de su Hijo (Romanos 8:29). Todas las cosas que necesitamos a fin de alcanzar gozo permanente.

Esto es igual que la otra promesa bíblica: «Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19). La promesa está aclarada en las precedentes palabras: «En todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:12-13).

Dice que podemos hacer «todo» por medio de Cristo. Pero adviértase que «todo» incluye pasar «hambre» y pasar «necesidad». Dios suplirá toda verdadera necesidad, inclusive la capacidad de regocijarse uno en el sufrimiento cuando muchas necesidades no son satisfechas. Dios suplirá toda verdadera necesidad, inclusive la necesidad de gracia para pasar hambre cuando la necesidad de alimento no está satisfecha. El sufrimiento y la muerte de Cristo garantizan que Dios nos dará todas las cosas que necesitamos para hacer su voluntad y darle gloria y alcanzar gozo permanente.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 16 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA DARNOS UNA CLARA CONCIENCIA

¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?
Hebreos 9:14

Algunas cosas nunca cambian. El problema de una conciencia sucia es tan antiguo como Adán y Eva. Tan pronto como estos pecaron, su conciencia se manchó. Su sentido de culpa fue ruinoso. Arruinó su relación con Dios: se escondieron de él. Arruinó sus relaciones entre ellos: se culparon mutuamente. Arruinó su paz consigo mismos: por primera vez se vieron a sí mismos y sintieron vergüenza.

A través de todo el Antiguo Testamento, la conciencia fue un problema. Pero los sacrificios de animales en sí no podían limpiar la conciencia. «Se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste sólo en comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas» (Hebreos 9:9-10). Como una prefiguración de Cristo, Dios tuvo en cuenta la sangre de los animales como suficiente para limpiar la carne. Es decir, suficiente para limpiar la impureza ceremonial, mas no la conciencia.

Ninguna sangre de animal podría limpiar la conciencia. Ellos lo sabían (véase Isaías 53 y Salmo 51). Y nosotros lo sabemos. De modo que un nuevo sumo sacerdote viene —Jesús, el Hijo de Dios— con un mejor sacrificio: Él mismo.

«¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará nuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo» (Hebreos 9:14). Los sacrificios de animales prefiguraban el final sacrificio del Hijo de Dios, y la muerte del Hijo se retrotrae para cubrir todos los pecados del pueblo de Dios en antiguos tiempos, y se proyecta hacia delante para cubrir todos los pecados del pueblo de Dios en los nuevos tiempos.

Así, pues, estamos en la edad moderna —la edad de la ciencia, la Internet, el trasplante de órganos, el mensaje instantáneo, el teléfono celular— y nuestro problema es fundamentalmente el mismo de siempre: Nuestra conciencia nos condena. No nos sentimos suficientemente buenos para acercarnos a Dios. Y no importa lo distorsionadas que nuestras conciencias están, esto es, muy cierto: No somos suficientemente buenos para acercarnos a Él.

Podemos mutilarnos, o tirar a nuestros hijos en el río sagrado, o dar un millón de dólares a United Way, o servir en una cocina popular el Día de Acción de Gracias, o practicar cien formas de penitencia y masoquismo, y el resultado será el mismo: La mancha queda y la muerte aterroriza. Sabemos que nuestra conciencia está mancillada no con cosas externas como tocar un cadáver o comer un pedazo de cerdo. Jesús dijo que lo que sale de la persona es lo que contamina, no lo que entra (Marcos 7:15-23). Estamos contaminados por el orgullo y la lástima propia y la amargura y la lujuria y la envidia y los celos y la codicia y la apatía y el temor, y las acciones que alimentan. Estas son todas «obras muertas». No tienen vida espiritual en ellas. No proceden de una vida nueva: proceden de la muerte y conducen a la muerte. Por eso es que nos hacen sentir sin esperanza en nuestra conciencia.

La única respuesta en estos tiempos modernos, como en todas las otras épocas, es la sangre de Cristo. Cuando nuestra conciencia se levante y nos condene, ¿hacia dónde nos volveremos? Nos volveremos a Cristo. Volveremos al sufrimiento y a la muerte de Cristo, a la sangre de Cristo. Este es el único agente limpiador en el universo que puede dar descanso a la conciencia en la vida, y paz en la muerte.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.