Lectura 15 ~ El porqué de la cruz

15

Cristo sufrió y murió . . .

PARA HACERNOS SANTOS, INTACHABLES Y PERFECTOS

Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
Hebreos 10:14

Ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él.
Colosenses 1:21-22

Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.
1 Corintios 5:7

Una de las mayores angustias en la vida cristiana es la lentitud de nuestro cambio. Escuchamos el llamamiento de Dios para que lo amemos de todo corazón, alma, mente y fuerza (Marcos 12:30).  Pero ¿alguna vez nos elevamos a esa totalidad de afecto y devoción? Exclamamos regularmente con el apóstol Pablo: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7:24). Gemimos aun cuando hacemos renovadas resoluciones: «No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús» (Filipenses 3:12).

Esa misma declaración es la clave de la paciencia y el gozo. «Cristo Jesús me ha hecho suyo». Toda búsqueda, mi anhelo y mi esfuerzo no son para pertenecer a Cristo (lo que ya ocurrió) sino para completar lo que falta en mi semejanza a Él.

Una de las mayores fuentes de gozo y constancia para el cristiano es saber que en la imperfección de nuestro progreso ya hemos sido perfeccionados, y que eso es debido al sufrimiento y la muerte de Cristo: «Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebreos 10:14). ¡Esto es maravilloso! En la misma oración dice que «estamos santificados» y que estamos ya «perfeccionados».

Estar santificado significa que somos imperfectos y estamos en proceso. Nos estamos volviendo santos, pero todavía no del todo santos. Y son precisamente éstos —y solo éstos— quienes están ya perfeccionados. El gozoso estímulo aquí es que la evidencia de nuestra perfección ante Dios no es la perfección experimentada, sino el progreso experimentado. Lo bueno de todo es que el hallarnos en el camino es prueba de que hemos llegado.

La Biblia pinta esto otra vez en el antiguo lenguaje de masa y levadura. En el cuadro, la levadura es el mal. Somos el grumo de la masa. Dice: «Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros» (1 Corintios 5:7). Los cristianos están «sin levadura». No hay levadura: no hay mal. Estamos perfeccionados. Por esta razón debemos «limpiarnos de la vieja levadura». Hemos quedado ácimos en Cristo. De modo que deberíamos llegar a ser ácimos en la práctica. En otras palabras, debemos llegar a ser lo que somos.

¿Cuál es la base de todo esto? «Cristo, nuestro Cordero de la Pascua, ha sido sacrificado». El sufrimiento de Cristo nos asegura perfección tan firmemente que ya es una realidad. Por consiguiente, peleamos contra nuestro pecado no sencillamente para llegar a ser perfectos, sino porque lo somos. La muerte de Jesús es la clave para combatir nuestras imperfecciones sobre el firme fundamento de nuestra perfección.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 14 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA LLEVARNOS A LA FE Y MANTENERNOS FIELES

Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada.
Marcos 14:24

Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien,
y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí.
Jeremías 32:40

La Biblia habla de un «antiguo pacto» y un «nuevo pacto». El término pacto se refiere a un acuerdo solemne y obligatorio entre dos partes con obligaciones para ambas partes y hecho firme mediante un juramento. En la Biblia los pactos que Dios hace con el hombre los inicia Él mismo. Él establece los términos. Sus obligaciones están determinadas por sus propios fines.

El «antiguo pacto» se refiere a los acuerdos que Dios estableció con Israel en la ley de Moisés. Su debilidad era que no estaba acompañado por una transformación espiritual. Por consiguiente no era obedecido y no vivificaba. Estaba escrito con letras en la piedra, no con el Espíritu en el corazón. Los profetas prometían un «nuevo pacto» que sería diferente. No sería «de la letra, sino del Espíritu. Porque la letra mata pero el Espíritu vivifica» (2 Corintios 3:6).

El nuevo pacto es radicalmente más efectivo que el antiguo. Está redactado sobre el fundamento del sufrimiento y muerte de Jesús. «Él es el mediador del nuevo pacto» (Hebreos 9:15). Jesús dijo que su sangre era «sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada» (Marcos 14:24). Esto significa que la sangre de Jesús compró el  poder y las promesas del nuevo pacto. Es supremamente efectivo porque Cristo murió para que fuera así.

¿Cuáles entonces son los términos del pacto que él infaliblemente aseguró con su sangre? El profeta Jeremías describió algunos de ellos: «Yo haré un nuevo pacto … Este es el pacto que yo haré … Pondré mi ley dentro de ellos y la escribiré en sus corazones … Porque yo perdonaré su iniquidad y no me acordaré más de su pecado» (Jeremías 31:31-34). El sufrimiento y la muerte de Cristo garantizan el cambio interior de su pueblo (la ley escrita en sus corazones) y el perdón de sus pecados.

Para garantizar que este pacto no fallara, Cristo toma la iniciativa de crear la fe y asegurar la fidelidad de su pueblo. Trae al pueblo un nuevo pacto escribiendo la ley, no sobre piedra, sino sobre el corazón. En contraste con la «letra» sobre piedra, dice que «el Espíritu da vida» (2 Corintios 3:6). «Cuando aún estábamos muertos en pecado, [Dios] nos dio vida juntamente con Cristo» (Efesios 2:5). Esta es la vida espiritual que nos capacita para ver y creer en la gloria de Cristo. Este milagro crea el pueblo del nuevo pacto. Esto es seguro y cierto porque Cristo lo compró con su propia sangre.

Y el milagro es no solo la creación de nuestra fe, sino la seguridad de nuestra fidelidad. «Yo haré con ellos un pacto eterno … y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí» (Jeremías 32:40). Cuando Cristo murió aseguró para su pueblo no sólo nuevos corazones sino nueva seguridad. No les dejará que se aparten de él. Los guardará. Ellos perseverarán. La sangre del pacto lo garantizará.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 13 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA ABOLIR LA CIRCUNCISIÓN Y TODOS LOS RITUALES COMO BASE DE LA SALVACIÓN

Y yo, hermanos, si aún predico la circuncisión, ¿porqué padezco persecución todavía?
En tal caso se ha quitado el tropiezo de la cruz.
Gálatas 5:11

Todos los que quieren agradar en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis,
solamente para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo.
Gálatas 6:12

El tema de la circuncisión fue una profunda controversia en la iglesia primitiva. Esta ocupaba un extenso, respetado y bíblico lugar desde que Dios lo ordenó en Génesis 17:10. Cristo era judío. Todos sus doce apóstoles eran judíos. Casi todos los primeros conversos al cristianismo eran judíos. Las Escrituras judías eran (y son) parte de la Biblia de la iglesia cristiana. No es de sorprender que los rituales judíos llegaran a la iglesia cristiana.

Llegaron. Y con ellos llegó la controversia. El mensaje de Cristo se estaba esparciendo hasta ciudades que no eran judías como Antioquía de Siria. Los gentiles estaban creyendo en Cristo. La cuestión se hizo urgente. ¿En qué sentido la verdad central del evangelio guarda relación con rituales como la circuncisión? ¿Cómo los rituales guardan relación con el evangelio de Cristo: las buenas noticias de que si creemos en Él nuestros pecados son perdonados, y estamos justificados ante Dios? Dios está a favor nuestro. Tenemos vida eterna.

A través del mundo gentil los apóstoles fueron predicando perdón y justificación por fe solamente. Pedro predicó: «De éste [Cristo] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren recibirán perdón de pecados por su nombre» (Hechos 10:43). Pablo predicó: «Sepan, pues, esto, varones hermanos: que … por medio de él todo el que en él cree es justificado de todo lo que no pudo ser justificado por la ley de Moisés» (Hechos 13:38-39, traducción libre).

¿Pero qué de la circuncisión? Algunos en Jerusalén creían que esto era esencial. Antioquía llegó a ser el centro mismo de la controversia. «Algunos hombres venían de Judea y enseñaban que «si no os circuncidáis … no podéis ser salvos» (Hechos 15:1). Se convocó un concilio y se debatió la cuestión.

Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés. Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espiritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discipulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros mismos hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos. Entonces toda la multitud calló (Hechos 15:5-12).

Nadie veía el fondo de este asunto más claramente que el apóstol Pablo. El verdadero significado del sufrimiento y muerte de Cristo estaba en juego. ¿Era la fe en Cristo suficiente para ponernos a bien con Dios? O ¿era la circuncisión necesaria también? La respuesta fue clara. Si Pablo predicaba la circuncisión, el tropiezo de la cruz era quitado del medio (Gálatas 5:11). La cruz significa libertad de la esclavitud del ritual. «Para libertad Cristo nos hizo libres. Estad firmes, pues, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud» (Gálatas 5:1).

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 12 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA CANCELAR NUESTRA CONDENACIÓN

¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
Romanos 8:34

La gran conclusión en cuanto al sufrimiento y la muerte en la cruz de Cristo es esta: «Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1). Estar «en Cristo» significa estar en relación con él por fe. La fe en Cristo nos une a Cristo, así que su muerte llega a ser nuestra muerte y su perfección se convierte en nuestra perfección. Cristo llega a ser nuestro castigo (que no tenemos que sufrir) y nuestra perfección (que no podemos alcanzar).

La fe no es la base de nuestra aceptación ante Dios. Solo Cristo lo es. La fe nos une a Cristo así que su justicia es contada como nuestra. «Sabiendo que una persona no está justificada por obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado» (Gálatas 2:16). Ser «justificados por fe» y ser «justificados… en Cristo» (Gálatas 2:17) son términos paralelos. Estamos en Cristo por fe, y por tanto somos justificados.

Cuando surge la pregunta «¿Quién es condenado?», la respuesta se da por sentada. ¡Nadie! Entonces se dice el porqué: «¡Cristo Jesús es el que murió!» La muerte de Cristo asegura nuestra libertad de la condenación. Es tan seguro que no podemos ser condenados como seguro es que Cristo murió. No hay doble penalidad en el tribunal de Dios. No seremos condenados dos veces por el mismo delito. Cristo ha muerto una vez por nuestros pecados. No seremos condenados por causa de ellos. La condenación ha desaparecido no porque no exista ninguna, sino porque ya ha ocurrido.

¿Pero qué si el mundo nos quiere condenar? No es esa una respuesta a la pregunta, «¿Quién va a condenar?» ¿No condena el mundo a los cristianos? Ha habido muchos mártires. La respuesta es que nadie puede condenarnos con éxito. Puede haber cargos, pero ninguno perdurará. «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica» (Romanos 8:33). Es lo mismo que cuando la Biblia pregunta: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?» La respuesta no es que estas cosas no le ocurran a los cristianos. La respuesta es que «en todas estas cosas somos más que vencedores, por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:37).

El mundo traerá su condenación. Quizá esta llegue acompañada de espada. Pero sabemos que el supremo tribunal ya ha dictado sentencia a nuestro favor. «Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Romanos 8:31). Nadie exitosamente. Si otros nos rechazan, Él nos acepta. Si otros nos odian, Él nos ama. Si otros nos encarcelan, Él da libertad a nuestros espíritus. Si otros nos afligen, Él nos refina con su fuego. Si otros nos matan, Él hace de eso un trayecto al paraíso. No pueden derrotarnos. Cristo ha muerto. Cristo ha resucitado. Estamos vivos en Él. Y en Él no hay condenación. Somos perdonados y somos justos. «El justo vive confiado como un león» (Proverbios 28:1).

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 11 ~ El porqué de la cruz

11

Cristo sufrió y murió . . .

PARA COMPLETAR LA OBEDIENCIA QUE SE CONVIERTE EN NUESTRA JUSTIFICACIÓN

Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Filipenses 2:8

Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores,
así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
Romanos 5:19

Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
2 Corintios 5:21

Y ser hallado en él no teniendo mi propia justicia, que es por la ley,
sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.
Filipenses 3:9

La justificación no es simplemente la cancelación de nuestra injusticia. Es también el traspaso a nosotros de la justicia de Cristo. No tenemos una rectitud que nos ponga a bien con Dios. Lo único que un cristiano puede decir ante Dios es: «No teniendo mi propia justicia, que es por ley, sino la que es por la fe de Cristo» (Filipenses 3:9).

Es la justicia de Cristo. Dios nos la traspasa. Eso quiere decir que Cristo cumplió toda justicia perfectamente; y esa justicia la toma en cuenta como nuestra cuando confiamos en Él. Somos contados como justos. Dios miró la perfecta justicia de Cristo y nos declaró justos con la justicia de Cristo.

Así, pues, hay dos razones por las que no es abominable para Dios justificar al impío (Romanos 4:5). Primero, la muerte de Cristo pagó la deuda de nuestra injusticia (véase el capítulo anterior). Segundo, la obediencia de Cristo proporcionó la justicia que necesitábamos para ser justificados en el tribunal de Dios. Las demandas de Dios para entrar en la vida eterna no son meramente que nuestra injusticia sea cancelada, sino que nuestra perfecta justicia se establezca.

El sufrimiento y la muerte de Cristo es la base de ambas. Su sufrimiento es el sufrimiento que nuestra injusticia merecía. «Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades» (Isaías 53:5). Pero su sufrimiento y muerte fueron también el clímax y la consumación de la obediencia que llegó a ser la base de nuestra justificación. Él fue «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:8). Su muerte fue el pináculo de su obediencia. A esto es a lo que la Biblia se refiere cuando dice: «Por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5:19).

Por lo tanto, la muerte de Cristo llegó a ser la base de nuestro perdón y nuestra perfección. «Por nosotros [Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios» (2 Corintios 5:21). ¿Qué quiere decir esto de que Dios hizo que el inmaculado Cristo fuese hecho pecado? Quiere decir que le imputaron nuestro pecado, y sobre la base de eso se convirtió en nuestro perdón. ¿Y qué significa que nosotros (que somos pecadores) llegamos a ser justicia de Dios en Cristo? Quiere decir, igualmente, que la justicia de Cristo se toma como nuestra, y es por eso que Él es nuestra perfección.

¡Gloria sea a Cristo por lo que logró al sufrir y morir! Al sufrir y morir logró el perdón de nuestro pecado, y a la vez proporcionó nuestra justicia. Admirémosle y atesorémosle y confiemos en Él por este gran logro.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 10 ~ El porqué de la cruz

10

Cristo sufrió y murió . . .

PARA PROVEER LA BASE DE NUESTRA JUSTIFICACIÓN

Estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.
Romanos 5:9

[Somos] justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.
Romanos 3:24

Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.
Romanos 3:28

El ser justificados ante Dios y el ser perdonados por Dios no es lo mismo. Ser justificado en un tnbunal no es lo mismo que ser perdonado. Ser perdonado entraña que soy culpable y que mi delito no se cuenta. Ser justificado implica que he sido juzgado y hallado inocente. Mi demanda es justa. Estoy vindicado. El juez dice, «Inocente».

La justificación es un acto legal. Significa declarar que alguien es justo. Es un veredicto. El veredicto de justificación no hace justa a una persona. Declara justa a una persona. Se basa en que alguien realmente es justo. Podemos ver esto con mayor claridad cuando la Biblia nos dice que, en respuesta a las enseñanzas de Jesús, el pueblo «justificó» a Dios (Lucas 7:29). Esto no quiere decir que hicieron a Dios justo (puesto que Él ya lo era). Significa que declararon que Dios es justo.

El cambio moral que experimentamos cuando confiamos en Cristo no es justificación. La Biblia usualmente lo llama santificación, el proceso de llegar a ser bueno. La justificación no es ese proceso. No es ningún proceso. Es una declaración que ocurre en un momento. Un veredicto: ¡Justo! ¡Recto!

La manera ordinaria de ser justificado en un tribunal humano es guardar la ley. En ese caso el jurado y el juez sencillamente declaran lo que es cierto en usted: Usted guarda la ley. Eso lo justifica. Pero ante el tribunal de Dios, no hemos guardado la ley. Por lo tanto, en términos ordinarios, no tenemos esperanza de ser justificados. La Biblia aun dice, «El que justifica al impío … [es] abominación a Jehová» (Proverbios 17:15). Y aún más, sorprendentemente, a causa de Cristo, también dice que Dios «justifica al impío», que confía en su gracia (Romanos 4:5). Dios hace lo que parece abominable.

¿Por qué esto no es abominable? O, según la Biblia dice, ¿cómo puede Dios ser «justo y, a la vez, el que justifica a los que [¡simplemente!] tienen fe en Jesús?» (Romanos 3:26). No es abominable que Dios justifique al impío que confía en él, por dos razones. Una es que Cristo derramó su sangre para cancelar la culpa de nuestro delito. Así, pues, dice «Hemos sido justificados por su sangre» (Romanos 5:9). Pero eso es solo la remoción del pecado. No nos declara justos. Cancelar nuestros fracasos en mantener la ley no es lo mismo que declararnos guardadores de la ley. Cuando un maestro cancela de la lista un examen que obtuvo F, no es lo mismo que declararlo A. Si el banco fuera a perdonarme las deudas en mi cuenta, no sería lo mismo que declararme rico. Así también, cancelar nuestros pecados no es lo mismo que declararnos justos. La cancelación debe ocurrir. Esto es esencial a la justificación. Pero hay más. Existe otra razón por la que no es abominable que Dios justifique al impío por la fe. Para eso vamos al siguiente capítulo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 9 ~ El porqué de la cruz

9

Cristo sufrió y murió . . .

PARA EL PERDÓN DE NUESTROS PECADOS

En [Él] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.
Efesios 1:7

Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.
Mateo 26:28

Cuando perdonamos una deuda o una ofensa o un daño, no exigimos un pago por el ajuste. Eso sería lo opuesto al perdón. Si se nos hace un reembolso por lo que hemos perdido, no hay necesidad de perdón. Ya hemos recibido el pago.

El perdón supone gracia. Si usted me hiere, la gracia lo absuelve. Yo no lo demando. Yo lo perdono. La gracia da lo que alguien no merece. Es por eso que perdonar contiene en sí la palabra donar. Perdonar no es saldar la cuenta. Es abandonar el derecho a una compensación equitativa.

Eso es lo que Dios hace con nosotros cuando confiamos en Cristo: «Todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre» (Hechos 10:43). Si creemos en Cristo, Dios deja de tomar en cuenta nuestros pecados. Este es el propio testimonio de Dios en la Biblia. «Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo» (Isaías 43:25). «Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (Salmo 103: 12).

Pero esto crea un problema. Todos sabemos que no basta con perdonar. Podemos verlo claramente cuando el daño es grande, como un asesinato o una violación. Ni la sociedad ni el universo pueden mantenerse unidos si los jueces (o Dios) simplemente le dicen a todo asesino o violador, «¿Lo sientes mucho? Muy bien. El estado te perdona. Quedas libre». En casos como estos vemos que aunque la víctima puede tener un espíritu perdonador, el estado no puede ignorar la justicia.

Así pasa con la justicia de Dios. Todo pecado es grave, porque es contra Dios (ver capítulo 1). Él es aquel cuya gloria ofendemos cuando lo ignoramos, lo desobedecemos o blasfemamos. Su justicia no le permitirá simplemente libertarnos, así como un juez no puede cancelar las deudas que un criminal tiene con la sociedad. La ofensa hecha a la gloria de Dios por nuestro pecado se debe reparar para que en la justicia su gloria resplandezca con más brillantez. Y si nosotros los criminales vamos a quedar en libertad y a ser perdonados, debe haber alguna demostración dramática de que el honor de Dios es mantenido aunque algunos que fueron blasfemos sean puestos en libertad.

Esto es por lo que Cristo sufrió y murió. «En [Él] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (Efesios 1:7). El perdón no nos cuesta nada. Toda nuestra costosa obediencia es el fruto, no la raíz, de ser perdonados. Es por eso que llamamos a esto gracia. Pero le costó a Jesús su vida. Es por eso que llamamos a esto justo. ¡Oh, cuán preciosa es la noticia de que Dios no nos toma en cuenta los pecados cometidos! Y qué hermoso es Cristo, cuya sangre justificó que Dios hiciera esto.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 8 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA CONVERTIRSE EN RESCATE POR MUCHOS

Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido,
sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Marcos 10:45

No hay idea alguna en la Biblia de que a Satán había que pagarle para dejar que los pecadores fueran salvos. Lo que recibió Satán cuando Cristo murió no fue un pago, sino una derrota. El Hijo de Dios se hizo humano «para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14). No había negociación.

Cuando Jesús dice que Él vino «para dar su vida en rescate», la cuestión no es quién recibe el pago. El enfoque está en su propia vida como el pago, y en su libertad en servir más bien que en ser servido, y en los «muchos» que se beneficiarán del pago que Él hace.

Si preguntamos quién recibió el rescate, la respuesta bíblica seguramente sería Dios. La Biblia dice que Cristo «se entregó a sí mismo por nosotros, [como una] ofrenda … a Dios» (Efesios 5:2). Cristo «se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios» (Hebreos 9:14). La total necesidad de que un sustituto muriera en nuestro favor es porque todos hemos pecado contra Dios y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Ya causa de nuestro pecado, «todo el mundo [está] bajo el juicio de Dios» (Romanos 3:19). Así que cuando Cristo se ofrece a sí mismo como rescate por nosotros, la Biblia dice que estamos libres de la condenación de Dios. «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1). La última cautividad de la cual necesitamos liberarnos es el final «juicio de Dios» (Romanos 2:2, Apocalipsis 14:7).

El precio del rescate en esta liberación de la condenación de Dios es la vida de Cristo. No necesariamente la vida que vivió, sino la vida que entregó en su muerte. Jesús dijo repetidamente a sus discípulos, «El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán» (Marcos 9:31). En realidad, una de las razones por las que a Jesús le gustaba llamarse «el Hijo del Hombre» (más de sesenta y cinco veces en los Evangelios) era que este título tenía un aura de mortalidad. Los hombres pueden morir. Es por esto que Él tenía que ser uno de ellos. El rescate podría ser pagado únicamente por el Hijo del Hombre, porque el rescate era una vida entregada a la muerte.

El precio no lo pagó a la fuerza. Eso es lo que señalaba al decir: «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir». Él no necesitaba ningún servicio de nosotros. Él era el dador, no el receptor. «Nadie me … quita [la vida], sino que yo de mí mismo la pongo» (Juan 10:18). El precio lo pagó libremente; no fue forzado. Lo cual nos trae otra vez a su amor. Él escogió voluntariamente rescatarnos al costo de su vida.

¿A cuántos efectivamente Cristo rescató del pecado? Él dijo que vino «a dar su vida en rescate por muchos». Sin embargo, no todo el mundo será rescatado de la ira de Dios. Pero la oferta es para todo el mundo. «Hay … un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos» (1 Timoteo 2:5-6). Nadie que abrace el tesoro de Cristo el rescatador está excluido de esta salvación.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 7 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA CANCELAR LAS DEMANDAS DE LA LEY CONTRA NOSOTROS

Ya vosotros, estando muertos en pecados… [Dios] os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.
Colosenses 2:13-14

Qué insensatez es pensar que nuestras buenas obras puedan un día superar nuestras malas obras. Es insensatez por dos razones. Primera, no es verdad. Aun nuestras buenas obras son defectuosas porque no honramos a Dios en la forma que las hacemos. ¿Hacemos nuestras buenas obras en gozosa dependencia de Dios con el criterio de hacer conocer su supremo valor?

¿Cumplimos el supremo mandamiento de servir al pueblo «conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo» (1 Pedro 4:11)?

¿Qué diremos entonces en respuesta a la palabra de Dios: «Todo lo que no proviene de fe, es pecado» (Romanos 14:23). Creo que no debemos decir nada. «Todo lo que la ley dice, lo dice … para que toda boca se cierre» (Romanos 3:19). No diremos nada. Es tonto pensar que nuestras buenas obras compensarán por nuestras malas obras delante de Dios. Sin fe que exalte a Cristo, nuestras obras no significarán nada sino rebelión.

La segunda razón de que es tonto esperar en las buenas obras es que esta no es la manera en que Dios salva. Si somos salvos de las consecuencias de nuestras malas obras, no será porque ellas pesaron menos que nuestras buenas obras. Será porque «el acta de los decretos que había contra nosotros» en el cielo ha sido clavada en la cruz de Cristo. Dios tiene una manera totalmente diferente de salvar a los pecadores que pesándole sus obras. No hay esperanza en nuestras obras. Solo hay esperanza en el sufrimiento y la muerte de Cristo.

No hay salvación mediante el equilibrio de nuestras cuentas. Solo hay salvación mediante la cancelación de las cuentas. La cuenta de nuestras malas obras (inclusive nuestras defectuosas buenas obras), junto con las justas penalidades que cada una merece, deben ser borradas, no balanceadas. Cristo sufrió y murió para lograrlo.

La cancelación sucedió cuando la cuenta de nuestras obras fue clavada en la cruz (Colosenses 2:13). ¿Cómo fue esta cuenta mortal clavada en la cruz? Un pergamino no fue clavado en la cruz. Cristo sí. Así, pues, Cristo se convirtió en cuenta mortal de malas (y buenas) obras. Él soportó mi condenación: Él puso mi salvación sobre una base totalmente diferente. Él es mi única esperanza. Y la fe en Él es mi única vía a Dios.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 6 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA MOSTRAR SU PROPIO AMOR POR NOSOTROS

Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios.
Efesios 5:2

Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella.
Efesios 5:25

[Él] me amó y dio su vida por mi.
Gálatas 2:20

La muerte de Cristo no solo es la demostración del amor de Dios (Juan 3:16), sino también la suprema expresión del propio amor de Cristo por todos los que lo reciban ese amor como un tesoro. Los primeros testigos que sufrieron mucho por ser cristianos fueron cautivados por esta razón: Cristo «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20). Tomaron el acto de la propia entrega del sacrificio de Cristo muy personalmente. Dijeron: «Él me amó a . Él se dio a sí mismo por ».

Seguramente éste es el modo en que debemos entender el sufrimiento y la muerte de Cristo. Ambas tienen que ver conmigo. Se tratan del amor de Cristo por mí personalmente. Es mi pecado lo que me separó de Dios, no el pecado en general. Es mi dureza de corazón y entumecimiento espiritual lo que degrada la dignidad de Cristo. Estoy perdido y pereciendo. Cuando se trata de salvación, he perdido todo alegato de justicia. Todo lo que puedo hacer es suplicar misericordia.

Entonces veo a Cristo sufriendo y muriendo. ¿Por quién? Dice que «Cristo amó la iglesia y se entregó por ella» (Efesios 5:25). «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:28).

Y me pregunto: ¿Estoy yo entre los «muchos»? ¿Puedo yo ser uno de sus «amigos»? ¿Puedo yo pertenecer a la «iglesia»? Y oigo la respuesta: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo» (Hechos 16:31). «Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Romanos 10:13). «Todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre» (Hechos 10:43). «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12). «Todo aquel que en él cree no se pierd[e], mas [tiene] vida eterna» (Juan 3:16).

Mi corazón queda persuadido, y abrazo la belleza y la generosidad de Cristo como mi tesoro. Y fluye dentro de mi corazón esta gran realidad: el amor de Cristo por mí. De modo que digo con aquellos primeros testigos: «Él me amó y se entregó a sí mismo por mí».

¿Y qué quiero decir? Quiero decir que Él pagó el más alto precio posible por darme el más grande regalo posible. ¿Y qué es eso? Es el regalo por el que oró al fin de su vida: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy ellos también estén conmigo, para que vean mi gloria» (Juan 17:34). En su sufrimiento y su muerte «vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad» (Juan 1:14). Hemos visto suficiente para estar cautivados con su causa. Pero lo mejor está aún por venir. Él murió para asegurarnos esto. Ese es el amor de Cristo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.