Lectura 40 ~ El porqué de la cruz

40

Cristo sufrió y murió . . .

PARA QUE ESTUVIÉSEMOS CON ÉL INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE LA MUERTE

[Cristo] murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos,
vivamos juntamente con él.
1 Tesalonicenses 5:10

Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.
Filipenses 1:21, 23

Más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor.
2 Corintios 5:8

La Biblia no ve nuestros cuerpos como algo malo. El cristianismo no es como algunas antiguas religiones griegas que trataban el cuerpo como una carga que con gusto soltamos. No, la muerte es un enemigo. Cuando nuestros cuerpos mueren, perdemos algo precioso. Cristo no está contra el cuerpo, sino a favor del cuerpo. La Biblia es clara en cuanto a esto: «El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo» (1 Corintios 6:13). Esta es una maravillosa declaración: ¡El Señor es para el cuerpo!

Pero no debemos ir tan lejos como para decir que sin el cuerpo no podemos tener vida y conciencia. La Biblia no enseña esto. Cristo murió no sólo para redimir el cuerpo, sino también para atar el alma tan estrechamente a sí mismo que, aun sin el cuerpo, estamos con Él. Este es un profundo consuelo en la vida y en la muerte, y Cristo murió para que pudiésemos gozar esta esperanza.

De una parte la Biblia habla sobre perder el cuerpo en la muerte como un tipo de desnudez para el alma: «Los que estamos en este tabernáculo [=el cuerpo] gemimos … porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos» (2 Corintios 5:4). En otras palabras, nosotros más bien preferiríamos pasar directamente de aquí a la resurrección del cuerpo sin tiempo intermedio en la tumba. Eso es lo que experimentarán los que estén vivos cuando Cristo regrese del cielo.

Pero por otra parte, la Biblia celebra el tiempo intermedio, en el que nuestras almas están en el cielo y nuestros cuerpos en la tumba. Esta no es la gloria final, aunque es gloriosa. Leemos, «El vivir es Cristo, y el morir es ganancia» (Filipenses 1:21). «¡Ganancia!» Sí, pérdida del cuerpo por una temporada. En un sentido «desnudados». Pero más que ninguna otra cosa, «¡ganancia!» ¿Por qué? Porque la muerte para el cristiano significa ir para la casa con Cristo. Como dice el apóstol Pablo, «[Tengo] deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor» (Filipenses 1:23).

«¡Mucho mejor!» Todavía no es en todo sentido lo mejor. Eso vendrá cuando el cuerpo sea resucitado en salud y gloria. Pero todavía «mucho mejor». Estaremos con Cristo en una forma que es más íntima, más «en casa». Por eso los primitivos cristianos decían: «Más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor» (2 Corintios 5:8). Los que creemos en Cristo no nos salimos de la existencia cuando morimos. No vamos a una clase de «sueño del alma»: Vamos a estar con Cristo. Estaremos «en casa». Esto es «mucho mejor». Esto es «ganancia».

Esta es una de las grandes razones por las que Cristo sufrió. «[Él] murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él» (1 Tesalonicenses 5:10). Como dormido, el cuerpo yace allí en la tumba. Pero nosotros vivimos con Cristo en el cielo. Esta no es nuestra esperanza final. Algún día el cuerpo resucitará. Pero aun así, estar con Cristo es algo inexpresablemente precioso.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 39 ~ El porqué de la cruz

39

Cristo sufrió y murió . . .

PARA LIBRARNOS DE LA ESCLAVITUD DEL MIEDO A LA MUERTE

Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.
Hebreos 2:14-15

Jesús llamó a Satanás homicida. «El ha sido homicida desde el principio. Y no ha permanecido en la verdad … es mentiroso y padre de mentira» (Juan 8:44). Pero su principal interés no es matar. Es condenar. En realidad, prefiere que sus seguidores tengan vidas largas y felices para hacer mofa de los santos que sufren y esconder los horrores del infierno.

Su poder para condenar a seres humanos no reside en él, sino en los pecados que inspira y las mentiras que dice. La única cosa que condena a cualquiera es el pecado que no ha sido perdonado. Hechicerías, brujería, vudú, espiritismo, maldiciones, magia negra, apariciones, voces: nada de esto echa a una persona en el infierno. Estas son campanas y pitos del diablo. El arma letal que él tiene es el poder para engañarnos. Su principal mentira es que la exaltación propia es más de desear que la exaltación de Cristo, y el pecado, preferible a la justicia. Si esa arma pudiera quitársele de su mano, no tendría más el poder de la muerte eterna.

Eso es lo que Cristo vino a hacer: arrancar esa arma de la mano de Satanás. Para hacerlo, tornó sobre sí nuestros pecados y sufrió por ellos. Cuando esto ocurrió, el diablo no pudo seguir usándola para destruirnos. ¿Mofarse de nosotros? Sí. ¿Burlarse de nosotros? Sí. ¿Pero condenarnos? No. Cristo cargó con la maldición en lugar nuestro. Por mucho que lo intente, Satanás no puede destruirnos. La ira de Dios es quitada. Su misericordia es nuestro escudo. Y Satanás no puede tener éxito contra nosotros.

Para lograr este rescate, Cristo tenía que tomar una naturaleza humana, porque sin ella no podría experimentar la muerte. Sólo la muerte del Hijo de Dios podría destruir al que tenía el poder de la muerte. De ahí que la Biblia dice: «Por cuanto … los hijos participaron en carne y sangre [=tenía una naturaleza humana], él también participó de lo mismo [=tomó una naturaleza humana], para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14). Cuando Cristo murió por los pecados, le quitó al diablo su única arma letal: el pecado irredento.

La libertad del temor fue el objetivo de Cristo al hacer esto. Mediante la muerte libertó «a todos los que por el temor a la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (Hebreos 2:15). El temor a la muerte esclaviza. Nos hace tímidos y torpes. Jesús murió por darnos libertad. Cuando el temor a la muerte es destruido por un acto de amor sacrificíal, la servidumbre a la autopreservacíón fastidiosa y engreída es destruida. Somos liberados para amar como Cristo, aun al costo de nuestras vidas.

El diablo puede matar nuestro cuerpo, pero no puede ya más matar nuestra alma. Esta está segura en Cristo. Y aun nuestro cuerpo mortal resucitará algún. día: «El que levantó de entre los muertos a Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros» (Romanos 8:11). Somos el más libre de todos los pueblos. Y la Biblia no se equivoca en cuanto al objetivo de esa libertad: «Hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros» (Gálatas 5:13).

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 38 ~ El porqué de la cruz

38

Cristo sufrió y murió . . .

PARA CREAR UNA LEGIÓN DE SEGUIDORES CRUCIFICADOS

Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
Lucas 9:23

El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.
Mateo 10:38

Cristo murió para crear camaradas en el camino al Calvario. Calvario es el nombre de la colina donde lo crucificaron. Él sabía que el rumbo de su vida lo llevaría allá finalmente. En realidad, «afirmó su rostro» para ir allí (Lucas 9:51). Nada ocultaría su misión de morir. Él sabía dónde y cuándo eso tenía que pasar. Cuando alguien le advirtió, en camino a Jerusalén, que Él estaba en peligro del rey Herodes, Jesús desdeñó la idea de que Herodes pudiera interceptar el plan de Dios. «Id y decid a aquella zorra: He aquí yo echo fuera demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día termino mi obra» (Lucas 13:32). Todo iba desarrollándose conforme a su plan. Y cuando el fin llegó y la turba lo arrestó la noche antes de morir, les dijo. «Todo esto sucede para que se cumplan las Escrituras de los profetas» (Mateo 26:56).

En un sentido, el camino al Calvario es donde todos encuentran a Jesús. Es verdad que Él ya ha caminado el camino, y muerto, y resucitado, y ahora reina en el cielo hasta que venga otra vez. Pero cuando Cristo encuentra una persona hoy, es siempre en el camino al Calvario, rumbo a la cruz. Cada vez que Él encuentra a alguien en el camino al Calvario dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9:23).

Cuando Cristo fue a la cruz, su objetivo fue llamar a una gran legión de creyentes que lo siguieran.

La razón de esto no es que Jesús tenga que morir otra vez hoy, sino que nosotros debemos hacerlo. Cuando Él nos convida a tomar nuestra cruz, quiere decir, ven y muere. La cruz era un lugar de horrible ejecución. Hubiera sido inconcebible en los días de Jesús usar una cruz como pieza de joyería. Habría sido como usar una silla eléctrica en miniatura o una soga para linchamiento. Sus palabras tienen que haber tenido un efecto aterrador. «El que no toma su cruz y sigue en pos de mí no es digno de mí» (Mateo 10:38).

Hoy las palabras son solemnes. Significan por lo menos que cuando seguimos a Jesús como Salvador y Señor, el viejo yo voluntarioso, egoísta, debe ser crucificado. Debo cada día considerarme muerto al pecado y vivo para Dios. Ese es el camino de la vida: «Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Romanos 6:11).

Pero la camaradería en el camino al Calvario significa más. Quiere decir que Jesús murió para que nosotros estemos dispuestos a llevar su vituperio. «Jesús … padeció fuera de la puerta… Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (Hebreos 13:12-13). Pero no sólo el vituperio. Si es necesario, el martirologio. La Biblia describe algunos de los seguidores de Cristo de esta manera: «y ellos han vencido [a Satanás] por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11). Así que el Cordero de Dios derramó su sangre para que nosotros podamos derrotar al diablo confiando en su sangre y derramando la nuestra. Jesús nos llama en el camino al Calvario. Es una vida dura y buena. Ven.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 37 ~ El porqué de la cruz

37

Cristo sufrió y murió . . .

PARA LLAMARNOS A SEGUIR SU EJEMPLO DE HUMILDAD Y VALIOSO AMOR

Esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente, … Para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.
1 Pedro 2:19-21

Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado.
Hebreos 12:3-4

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,  tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Filipenses 2:5-8

Imitación no es salvación. Pero la salvación trae imitación. Cristo no nos es dado primero como modelo, sino como Salvador. En la experiencia del creyente, primero viene el perdón de Cristo, luego el modelo de Cristo. En la experiencia de Cristo mismo, ellas vienen juntas: El mismo sufrimiento que perdona nuestros pecados nos ofrece un modelo de amor.

En realidad, sólo cuando experimentamos el perdón de Cristo puede Él convertirse en modelo para nosotros. Esto suena equivocado porque sus sufrimientos son únicos. No pueden ser imitados. Nadie sino el Hijo de Dios puede sufrir «por nosotros» en la forma que Cristo sufrió. Él llevó nuestros pecados en una forma que ninguno otro pudiera. Fue un sustituto sufriente. Jamás podremos duplicar esto. Fue una vez por todas, el justo por los injustos, El divino sufrimiento vicario por los pecadores es inimitable.

Sin embargo, este sufrimiento único, después de perdonar y justificar a los pecadores, los transforma en personas que actúan como Jesús: no como Él en perdonar, sino como Él en amar. Como Él en sufrimiento para hacer bien a otros. Como Él en no devolver mal por mal. Como Él en humildad y mansedumbre. Como Él en soportar pacientemente. Como Él en servidumbre. Jesús sufrió por nosotros de manera única, para que nosotros pudiéramos sufrir con Él en la causa del amor.

El apóstol de Cristo, Pablo, dijo que su ambición era primero participar en la justicia de Cristo por fe, y entonces compartir en sus sufrimientos en el ministerio. «[Pueda yo] ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo… a fin de … [participar] de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte» (Filipenses 3:9-10). La justificación precede y hace posible la imitación. El sufrimiento de Cristo para la justificación hace posible nuestro sufrimiento para la proclamación. Nuestro sufrimiento por otros no aparta la ira de Dios, sino que muestra lo que vale estar libre de la ira de Dios por el sufrimiento de Cristo. Esto conduce a las personas a Él.

Cuando la Biblia nos pide que todo lo soportemos «por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús» (2 Timoteo 2:10), quiere decir que nuestra imitación de Cristo conduce a las personas a Él, al único que puede salvar. Nuestro sufrimiento es crucial, pero sólo Cristo salva. Por tanto, vamos a imitar su amor, pero no tomar su lugar.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 36 ~ El porqué de la cruz

36

Cristo sufrió y murió . . .

PARA CREAR UN PUEBLO CELOSO DE BUENAS OBRAS

[Cristo] se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad
y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.
Tito 2:14

En la fibra misma del cristianismo está la verdad de que somos perdonados y aceptados por Dios, no porque hayamos hecho buenas obras, sino para hacernos capaces y celosos de hacerlas. La Biblia dice: «[Dios] nos salvó… no por nuestras propias obras» (2 Timoteo 1:9, NVI). Las buenas obras no son el fundamento de nuestra aceptación, sino el fruto de ella. Cristo sufrió y murió no porque le presentamos a él buenas obras, sino «para purificar para él un pueblo… celoso de buenas obras» (Tito 2:14).

Este es el significado de la gracia. No podemos llegar a estar en buenas relaciones con Dios debido a nuestras obras. Estar a bien con Dios es un regalo. Sólo podemos recibirlo por fe, atesorándolo como un gran tesoro. Por eso es que la Biblia dice: «Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8-9). Cristo sufrió y murió para que las buenas obras sean el efecto, no la causa, de nuestra aceptación.

No es de sorprendernos, pues, la siguiente oración que dice: «Porque somos… creados en Cristo Jesús para buenas obras» (Efesios 2:10). Esto es, somos salvos para buenas obras, no por buenas obras. Y el objetivo de Cristo no es la mera capacidad de hacerlas, sino el celo por hacerlas. Por eso la Biblia usa la palabra «celo». Cristo murió para hacernos «celosos de buenas obras». Celo significa pasión. Cristo no murió sólo para hacer posibles las buenas obras ni para producir un entusiasmo a medias. Murió para producir en nosotros pasión por las buenas obras. La pureza cristiana no es la mera evitación del mal, sino la búsqueda del bien.

Hay razones por las que Jesús pagó el infinito precio de producir en nosotros celo por las buenas obras. Él dio la razón principal en estas palabras: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16). Dios recibe gloria por las buenas obras de los cristianos. Por esa gloria Cristo sufrió y murió.

Cuando el perdón y la aceptación de Dios nos han librado del temor, del orgullo y de la avaricia, estamos llenos con el celo de amar a otros del modo que Él nos ha amado. Arriesgamos nuestras posesiones y nuestras vidas puesto que estamos seguros en Cristo. Cuando amamos a otros en esta forma, nuestra conducta es contraria al encumbramiento y a la autopreservación. La atención es, pues, enfocada en nuestro transformador Tesoro y Seguridad: Dios.

¿Y cuáles son estas «buenas obras»? Sin limitar su alcance, la Biblia quiere decir principalmente ayudar a las personas en urgente necesidad, especialmente aquellos que poseen menos y sufren más. Por ejemplo, la Biblia dice: «Aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad» (Tito 3:14). Cristo murió para hacernos esta clase de personas, personas apasionadas en ayudar al pobre y al caído. Esta es la mejor vida, no importa cuánto nos cueste en este mundo. Ellos obtienen ayuda, nosotros obtenemos gozo y Dios recibe gloria.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 35 ~ El porqué de la cruz

35

Cristo sufrió y murió . . .

PARA DAR AL MATRIMONIO SU MÁS PROFUNDO SIGNIFICADO

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia,
y se entregó a sí mismo por ella,
Efesios 5:25

Los designios de Dios para el matrimonio en la Biblia pintan al esposo amando a su mujer del modo que Cristo ama a su pueblo, y a la esposa respondiendo a su esposo de la manera que el pueblo de Cristo debe responderle a Él. Este cuadro estaba en la mente de Dios cuando envió a Cristo al mundo. Cristo vino por su esposa y murió por ella para mostrarnos la manera en que el matrimonio debe ser.

No, el punto de la analogía no es que los esposos deben sufrir en manos de sus esposas. Es cierto. eso le pasó a Jesús en un sentido. Él sufrió a fin de traer a un pueblo —una esposa— a la existencia, y ese mismo pueblo estaba entre los que causaron su sufrimiento. Y mucha de su pena fue debido a que sus discípulos lo abandonaron (Mateo 26:56). Pero lo central de esta analogía es cómo Jesús los amó hasta el punto de morir y no desecharlos.

El concepto de Dios en cuanto al matrimonio precede a la unión de Adán y Eva y a la venida de Cristo. Sabemos esto porque cuando el apóstol de Cristo explicó el misterio del matrimonio, se remontó al comienzo de la Biblia y citó Génesis 2:24: «Dejará el hombre padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne». Entonces en el párrafo siguiente interpretó lo que acababa de citar. «Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Efesios 5:31-32).

Esto significa que en la mente de Dios el matrimonio fue diseñado en el principio para ilustrar la relación de Cristo con su pueblo. La razón por la que el matrimonio es llamado un «misterio» es que esta meta para el matrimonio no nos fue claramente revelada hasta la venida de Cristo. Ahora vemos que el matrimonio fue concebido para hacer que el amor de Cristo por su pueblo sea más visible en el mundo.

Puesto que esto estaba en la mente de Dios desde el principio, estaba también en la mente de Cristo cuando encaró la muerte. Sabía que entre los muchos efectos de su sufrimiento estaba éste: hacer que el profundo significado del matrimonio fuese sencillo. Todos sus sufrimientos significaban un mensaje especialmente a los esposos. Así es cómo todo esposo debe amar a su esposa.

Aun cuando Dios no se propuso en el principio que los matrimonios fueran desgraciados, muchos lo son. Esto es lo que hace el pecado. Hace que nos tratemos mal. Cristo sufrió y murió para cambiar eso. Las esposas tienen su responsabilidad en este cambio. Pero Cristo da una responsabilidad especial a los esposos. Por eso es que la Biblia dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó la iglesia y se dio a sí mismo por ella» (Efesios 5:25).

Los esposos no son Cristo. Pero son llamados a ser como Él. Y el punto específico del parecido es la disposición del esposo a sufrir por el bien de su esposa sin amenazarlas ni abusar de ellas. Esto incluye sufrir para protegerla de cualquiera fuerza exterior que pudiera dañarla, así como sufrir desengaños o abusos aun de parte de ella. Esta clase de amor es posible porque Cristo murió tanto por el marido como por la mujer. Sus pecados son perdonados. Ninguno necesita hacer que el otro sufra por los pecados. Cristo ha llevado ese sufrimiento. Ahora como dos personas pecadoras y perdonadas podemos devolver bien por mal.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 34 ~ El porqué de la cruz

34

Cristo sufrió y murió . . .

PARA QUE PODAMOS VIVIR POR FE EN ÉL

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Gálatas 2:20

Hay una paradoja explícita en este versículo. «Estoy crucificado», pero «ahora vivo». Uno podría decir: «Eso no es paradójico, es secuencial. Primero morimos con Cristo; luego fuimos resucitados con Él y ahora vivimos». Cierto. Pero, ¿qué de estas aún más paradójicas palabras: «Ya no soy yo quien vive», sin embargo «ahora vivo»? ¿Vivo o no vivo?

Las paradojas no son contradicciones. Sólo suenan como tales. Lo que Pablo quiere decir es que había un «yo» que murió, y ahora hay un diferente «yo» que vive. Eso es lo que significa hacerse cristiano. Un viejo yo muere. Un nuevo yo es «creado» o «resucitado». «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es» (2 Corintios 5:17). «Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó» (Efesios 2:5-6).

El objetivo de la muerte de Cristo fue tomar nuestro «viejo yo» con Él en la tumba y poner fin al mismo. «Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido» (Romanos 6:6). Si confiamos en Cristo, estamos unidos a Él, y Dios considera nuestro viejo yo como muerto con Cristo. El propósito era la resurrección de un nuevo yo.

Así, pues, ¿quién es el nuevo yo? ¿Cuál es la diferencia entre estos dos yo? ¿Soy yo todavía yo? El versículo al comienzo de este capítulo describe el nuevo yo en dos maneras: Una manera es casi inimaginable; la otra es obvia. Primero, del nuevo yo en Cristo que vive en mí dice: «y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». Yo tomo esto como que quiere decir que el nuevo yo está definido por la presencia y ayuda de Cristo en todo tiempo. Él está siempre impartiéndome vida. Él está siempre fortaleciéndome para lo que me manda a hacer. Es por eso que la Biblia dice: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). «Trabajo … según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí» (Colosenses 1:29). De modo que al final el nuevo yo dice: «No osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí» (Romanos 15:18).

Esta es la primera forma en que Gálatas 2:20 habla del nuevo yo: un yo habitado por Cristo, sostenido por Cristo, fortalecido por Cristo. Eso es lo que la muerte de Cristo trajo. Eso es lo que un cristiano es. La otra forma en que habla del nuevo yo es ésta: Vive confiando en Cristo momento tras momento. «La vida que ahora vivo en la carne la vivo por fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se dio a sí mismo por mí».

Sin esta segunda descripción del nuevo yo, podríamos preguntarnos cuál es nuestra parte en experimentar la ayuda diaria de Cristo. Ahora tenemos la respuesta: la fe. Del lado divino, Cristo está viviendo en nosotros y capacitándonos para vivir del modo que Él nos enseña a vivir. Esta es su tarea. Pero desde el lado nuestro, se experimenta confiando en Él momento tras momento en que está con nosotros y nos ayuda. La prueba de que Él estará con nosotros y nos ayudará a hacer esto es el hecho de que sufrió y murió para que sucediera.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 33 ~ El porqué de la cruz

33

Cristo sufrió y murió . . .

PARA HACER DE SU CRUZ LA BASE SOBRE LA CUAL NOS GLORIAMOS

Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.
Gálatas 6:14

Esto parece ir demasiado lejos. ¡Gloriarse sólo en la cruz! ¿Realmente? ¿Literalmente sólo en la cruz? Aun la Biblia habla sobre otras cosas en qué gloriarnos. Gloriarse en la gloria de Dios (Romanos 5:2). Gloriarse en nuestras tribulaciones (Romanos 5:3). Gloriarse en nuestras debilidades (2 Corintios 12:9). Gloriarse en el pueblo de Cristo (1 Tesalonicenses 2:19). ¿Qué quiere decir «sino» aquí?

Quiere decir que las demás formas de gloriarse deben ser un gloriarse en la cruz. Si nos gloriamos en la esperanza de gloria, ese gloriarnos debe ser gloriarnos en la cruz de Cristo. Si nos gloriamos en el pueblo de Cristo, ese mismo gloriarnos debe ser un gloriarnos en la cruz. Gloriarse «sino en la cruz» quiere decir que sólo la cruz hace posible gloriarse uno legítimamente de otras cosas, y cada gloriarse legítimo debe, por consiguiente, honrar la cruz.

¿Por qué? Porque toda cosa buena —realmente, aun toda cosa mala que Dios encamina a lo bueno— la obtuvo para nosotros la cruz de Cristo. Aparte de la fe en Cristo, los pecadores obtienen solamente juicio. Sí, hay muchas cosas buenas que reciben los incrédulos.

Pero la Biblia enseña que aun esas bendiciones naturales de la vida sólo incrementarán la severidad del juicio de Dios a la postre, si no las reciben con gratitud sobre la base de los sufrimientos de Cristo (Romanos 2:4-5).

Por lo tanto, todo lo que gozamos, como pueblo que confía en Cristo, se debe a su muerte. Su sufrimiento absorbió todo el juicio que los pecadores culpables merecieron y compró todo lo bueno que los pecadores perdonados gozan. Por consiguiente todo nuestro gloriarnos en estas cosas debe ser un gloriarnos en la cruz de Cristo. No somos tan cristocéntricos y estimadores de la cruz como deberíamos ser, porque no consideramos la verdad de que todo lo bueno, y también todo lo malo que Dios encamina para bien, fue comprado con el sufrimiento de Cristo.

¿Y cómo llegamos a ese enfoque radical de la cruz? Debemos despertar a la verdad de que cuando Cristo murió en la cruz, morimos (véase el capítulo 31). Cuando esto le ocurrió al apóstol Pablo, dijo: «El mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo» (Gálatas 6:14). Esta es la clave para gloriarnos cristocéntricamente en la cruz.

Cuando ponemos nuestra confianza en Cristo, la todopoderosa atracción del mundo se rompe. Somos un cadáver para el mundo, y el mundo es un cadáver para nosotros. O poniéndolo positivamente, somos «una nueva criatura» (Gálatas 6:15). El viejo yo está muerto. Un nuevo yo está vivo: el yo en la fe en Cristo. Y lo que marca esta fe es que valoramos a Cristo sobre todas las cosas en el mundo. El poder del mundo para conquistar nuestro amor ha muerto.

Estar muerto al mundo significa que todo placer legítimo en el mundo llega a ser una prueba comprada con sangre del amor de Cristo y una ocasión para gloriarse en la cruz. Cuando nuestros corazones se remontan en los rayos de la bendición a su fuente en la cruz, la mundanalidad de la bendición está muerta. Y Cristo crucificado lo es todo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 32 ~ El porqué de la cruz

32

Cristo sufrió y murió . . .

PARA QUE PODAMOS VIVIR PARA CRISTO Y NO PARA NOSOTROS

Por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
2 Corintios 5:15

Confunde a muchas personas el que Cristo murió para exaltar a Cristo. Traducido a su verdadero significado, 2 Corintios 5:15 dice que Cristo murió por nosotros para que podamos vivir para Él. En otras palabras, murió por nosotros para que lo tengamos en alto. Dicho sin rodeos, Cristo murió por Cristo.

Ahora eso es cierto. No es un juego de palabras. La misma esencia del pecado es que hemos dejado de glorificar a Dios, lo que incluye dejar de glorificar a su Hijo (Romanos 3:23). Pero Cristo murió para llevar ese pecado y para liberarnos del mismo. De modo que murió para llevar el deshonor que nosotros habíamos amontonado sobre Él por nuestro pecado. Él murió para cambiar esto. Cristo murió para la gloria de Cristo.

La razón de que esto confunde a las personas es que suena a vanidad. No parece como algo que por amor se hace. Parece convertir el sufrimiento de Cristo en todo lo opuesto a lo que dice la Biblia que es: el supremo acto de amor. Pero en realidad es ambas cosas. El que Cristo murió por su propia gloria y que murió para mostrar amor no solamente son verdades, sino que son la misma cosa.

Cristo es único. Nadie más puede actuar en esta forma y llamarlo amor. Cristo es el único ser humano en el universo que es también Dios y por tanto infinitamente valioso. Él es infinitamente hermoso en todas sus perfecciones morales. Él es infinitamente sabio, justo, bueno y fuerte. «ÉI es el resplandor de su gloria [la gloria de Dios] y la imagen misma de su sustancia» (Hebreos 1:3). Verlo y conocerlo es más satisfactorio que poseer todo lo que la tierra pueda ofrecer.

Los que lo han conocido mejor hablan de esta manera:

Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Filipenses 3:7-8).

El que Cristo murió para «que pudiéramos vivir para él» no quiere decir «que pudiéramos ayudarlo» «[Dios no es] honrado por manos humanas, como si necesitara de algo» (Hechos 17:25, NVI). Tampoco lo es Cristo: «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45). Así que Cristo murió no para que pudiéramos ayudarlo, sino para que pudiéramos verlo y apreciarlo en su infinito valor. Murió para alejarnos de placeres mortales y hechizarnos con el deleite de su hermosura. En esta forma Él nos ama y recibe honra. Estas no son metas que rivalizan. Son la misma meta.

Jesús dijo a sus discípulos que tenía que irse para poder enviar al Espíritu Santo, el Consolador (Juan 16:7). Entonces les dijo qué haría el Consolador cuando viniese: «Él me glorificará» (Juan 16:14). Cristo murió y resucitó para que pudiésemos verlo y magnificarlo. Esta es la mayor ayuda en el mundo. Esto es amor. La oración más amorosa que Jesús jamás hizo fue esta: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo para que vean mi gloria» (Juan 17:24). Por esto Cristo murió. Esto es amor: sufrir para darnos gozo eterno, o sea, a sí mismo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 31 ~ El porqué de la cruz

31

Cristo sufrió y murió . . .

PARA QUE MURIÉSEMOS A LA LEY Y LLEVEMOS FRUTO PARA DIOS

Habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.
Romanos 7:4

Cuando Cristo murió por nosotros, nosotros morimos con él. Dios nos miró a nosotros los creyentes como unidos a Cristo. Su muerte por nuestro pecado fue nuestra muerte en Él. (Véase el capítulo anterior.) Pero el pecado no fue la única realidad que mató a Jesús y nos mató a nosotros. También lo fue la ley de Dios. Cuando violamos la ley pecando, la ley nos sentencia a muerte. Si no hubiera ley, no habría castigo. «Pues … donde no hay ley, tampoco hay transgresión» (Romanos 4:15). Pero «todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que … todo el mundo  quede bajo el juicio de Dios» (Romanos 3:19).

No había escapatoria de la maldición de la ley. Esta era justa, nosotros éramos culpables. Había sólo una manera de ser libre: Alguien tenía que pagar el castigo. Por eso Jesús vino: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición» (Gálatas 3:13).

Por tanto, la ley de Dios no puede condenarnos si estamos en Cristo. El poder que tenía para gobernarnos está doblemente roto. Por un lado, las demandas de la ley han sido cumplidas por Cristo a nuestro favor. Su perfecto cumplimiento de la ley está acreditado a nuestra cuenta (véase capítulo 11). Por otra parte, la penalidad de la ley ha sido pagada por la sangre de Cristo.

Es por eso que la Biblia tan claramente enseña que el estar a bien con Dios no se basa en guardar la ley. «Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él» (Romanos 3:20). «El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo» (Gálatas 2:16). No hay esperanza de estar con Dios por guardar la ley. La única esperanza es la sangre y la justicia de Cristo, que son nuestras solamente por fe. «Sostenemos que todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige» (Romanos 3:28, NVI).

¿Cómo entonces agradar a Dios, si estamos muertos a su ley y ya no es nuestra maestra? ¿No es la ley la expresión de la buena y santa voluntad de Dios? (Romanos 7:12). La respuesta bíblica es que en lugar de pertenecer a la ley, que exige y condena, pertenecemos ahora a Cristo quien demanda y da. Antes, la justicia nos era exigida desde afuera en cartas escritas en piedra. Pero ahora la justicia surge dentro de nosotros como un anhelo en nuestra relación con Cristo. Él es presente y real. Por su Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Un ser viviente ha reemplazado una lista letal. «La letra mata, pero el Espíritu vivifica» (2 Corintios 3:6; véase el capítulo 14).

Por eso es que la Biblia dice que la nueva forma de obediencia es productora de fruto, y no la guardadora de leyes. «Hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios» (Romanos 7:4). Hemos muerto a la observancia de la ley, de suerte que podamos vivir llevando frutos. El fruto crece naturalmente en un árbol. Si el árbol es bueno, el fruto será bueno. Y el árbol, en este caso, es una viva relación de amor con Cristo Jesús. Para esto Él murió. Ahora Él nos exhorta: «Confía en mí. Muere a la ley, para que puedas dar frutos de amor».

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.