Lectura 30 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA QUE PUDIÉRAMOS MORIR AL PECADO Y VIVIR A LA JUSTICIA

Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero,
para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia.
1 Pedro 2:24

Por extraño que parezca, la muerte de Cristo en nuestro lugar y por nuestros pecados significa que nosotros morimos. Podríamos pensar que teniendo un sustituto que muere en nuestro lugar, escapamos a la muerte. Y claro que escapamos a la muerte, la muerte eterna de miseria interminable y separación de Dios. Jesús dijo: «Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás» (Juan 10:28). «Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente» (Juan 11:26). La muerte de Jesús realmente significa que todo aquél que en él cree, no se pierde, sino que tiene vida eterna (Juan 3:16).

Pero hay otro sentido en el cual morimos precisamente porque Cristo murió en nuestro lugar y por nuestros pecados. «Él mismo [llevó] nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos… » (1 Pedro 2:24). Él murió para que pudiéramos vivir; y Él murió para que pudiéramos morir. Cuando Cristo murió, yo, como creyente en Cristo, morí con él. La Biblia es bien clara: «Fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte» (Romanos 6:5). «Uno murió por todos, luego todos murieron» (2 Corintios 5:14).

La fe es la evidencia de estar unidos a Cristo de esta profunda manera. Los creyentes han sido crucificados con Cristo (Gálatas 2:20). Reflexionamos sobre su muerte y sabemos que, en la mente de Dios, estábamos allí. Nuestros pecados estaban sobre Él, y la muerte que merecíamos estaba ocurriendo en Él. El bautismo significa esa muerte con Cristo. «Fuimos sepultados… con él para muerte por el bautismo» (Romanos 6:4). El agua es como una tumba. La inmersión simboliza la muerte. Salir del agua simboliza salir a una nueva vida. Y todo esto es una representación de lo que Dios está haciendo «por medio de la fe». «[Hemos sido] sepultados con él en el bautismo, en el cual [fuimos] también resucitados con él mediante la fe en el poder de Dios» (Colosenses 2:12).

El hecho de que morimos con Cristo está vinculado directamente a su muerte por nuestro pecado. «Él mismo llevó nuestros pecados». Esto quiere decir que cuando abrazamos a Jesús como Salvador, abrazamos nuestra propia muerte como pecadores. Nuestro pecado llevó a Jesús a la tumba y nos llevó a nosotros allí con Él. La fe ve al pecado como un asesino. Mató a Jesús y nos mató a nosotros.

Por tanto, hacerse cristiano significa morir al pecado. El viejo ser que amaba el pecado murió con Jesús. El pecado es como una prostituta que ya no luce hermosa. Es la asesina de mi Rey y de nosotros. Por consiguiente, el creyente está muerto al pecado, nunca más dominado por sus atractivos. El pecado, la prostituta que mató a nuestro amigo, no tiene atractivo. Ella ha venido a ser una enemiga.

Nuestra nueva vida está ahora movida por la justicia. «Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros … vivamos a la justicia» (1 Pedro 2:24). La hermosura de Cristo, quien me amó y se dio a sí mismo por mí, es el deseo de mi alma. Y su hermosura es perfecta justicia. El mandamiento que ahora me encanta obedecer es éste (y yo te invito a seguirme). «Presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia» (Romanos 6:13).

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 29 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA LIBRARNOS DE LA ESCLAVITUD DEL PECADO

Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos.
Apocalipsis 1:5-6

También Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta.
Hebreos 13:12

El pecado nos arruina de dos maneras. Nos hace culpables ante Dios, de modo que merecemos su justa condenación; y nos afea en nuestra conducta, de modo que desfiguramos la imagen de Dios que intentamos reflejar. Nos condena con la culpa y nos esclaviza al desamor.

La sangre de Jesús nos libera de ambas miserias. Satisface la justicia de Dios de modo que nuestros pecados pueden ser justamente perdonados. Y derrota el poder del pecado para hacernos esclavos del desamor. Hemos visto cómo Cristo absorbe la ira de Dios y erradica nuestra culpa. Pero ahora, ¿cómo la sangre de Cristo nos libera de la esclavitud del pecado?

La respuesta no es que Él sea un poderoso ejemplo para nosotros y nos inspire a liberarnos nosotros mismos de nuestro egoísmo. Claro, Jesús es un ejemplo para nosotros. Y uno muy poderoso. Claramente quiso decirnos que lo imitásemos. «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado que también os améis unos a otros» (Juan 13:34). Pero el llamado a la imitación no es el poder que libera. Hay algo más profundo.

El pecado es una influencia tan poderosa en nuestras vidas que debemos ser liberados por el poder de Dios, no por el poder de nuestra voluntad. Pero puesto que somos pecadores, debemos preguntar: ¿Está el poder de Dios dirigido hacia nuestra liberación o hacia nuestra condenación? Aquí es donde entra el sufrimiento de Cristo. Cuando Cristo murió para erradicar nuestra condenación, Él como que abrió la válvula de la poderosa misericordia celestial para que fluyera a favor de nuestra liberación del poder del pecado. En otras palabras, el rescate de la culpa del pecado y la ira de Dios tenía que preceder al rescate del poder del pecado por la misericordia de Dios. Las cruciales palabras bíblicas para decir esto son: La justificación precede y asegura la santificación. Ellas son diferentes. Una es una instantánea declaración (¡no culpable!): la otra es una transformación progresiva.

Ahora, para aquellos que confían en Cristo, el poder de Dios no está al servicio de su ira condenatoria, sino de su misericordia liberadora. Dios nos da este poder para cambiar a través de la persona del Espíritu Santo. Es por eso que esas bellezas que son el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la gentileza, el dominio propio son llamadas «el fruto del Espíritu» (Gálatas 5:22-23). Por eso es que la Biblia puede hacer la asombrosa promesa: «El pecado no se enseñoreará sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia» (Romanos 6:14). Estar «bajo la gracia» asegura el omnipresente poder de Dios para destruir nuestro desamor (no todo al instante, sino progresivamente). No somos pasivos en la derrota de nuestro egoísmo, pero tampoco suministramos el poder decisivo. Es la gracia de Dios. De aquí que el gran apóstol Pablo dijera: «He trabajado más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Corintios 15:10). Quiera el Dios de toda gracia, por la fe en Cristo, librarnos tanto de la culpa como de la esclavitud del pecado.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 28 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA LIBRARNOS DE LA FUTILIDAD DE NUESTRO LINAJE

Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.
1 Pedro 1:18-19

El pueblo secular en Occidente, y los pueblos más primitivos en tribus animistas, tienen esto en común: creen en el poder de los lazos ancestrales. Lo llaman por diferentes nombres. Los pueblos animistas pueden hablar en términos de espíritus ancestrales y transmisión de maldiciones. Las personas que no son religiosas pueden hablar de influencia genética o de la herida de familiares abusadores, egoístas y emocionalmente distantes. En ambos casos hay un sentido de fatalismo según el cual estamos obligados a vivir con la maldición o las heridas de nuestros antecesores. El futuro parece fútil y vacío de felicidad.

Cuando la Biblia dice, «fuisteis rescatados de vuestras vanas maneras de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres», se está refiriendo al modo de vida vacío, insensato, infructuoso que termina en la destrucción. Dice que estas «maneras vanas» están conectadas con nuestros antepasados, pero no dice cómo. La cuestión crucial es notar cómo somos liberados del lazo de esa futilidad. El poder del libertador define la extensión de la liberación.

La liberación de la esclavitud ancestral tiene lugar «no con cosas corruptibles como oro o plata». La plata y el oro representan las cosas más valiosas con que pudiera pagarse nuestro rescate. Pero todos nosotros sabemos que son inútiles. Las personas más ricas son a menudo las más esclavizadas por la futilidad. Un jefe tribal rico puede ser atormentado por el miedo a un hechizo ancestral en su vida. Un presidente de una próspera compañía puede ser arrastrado por fuerzas inconscientes de su trasfondo que arruinan su matrimonio y sus hijos.

La plata y el oro no tienen poder para ayudar. El sufrimiento y la muerte de Jesús proveen lo que es necesario: ni oro ni plata, sino «la preciosa sangre de Cristo, como la de un cordero sin mancha y sin contaminación». Cuando Cristo murió, Dios tenía un propósito respecto a la relación entre nosotros y nuestros antepasados. Quería libertarnos de la futilidad que habíamos heredado de ellos. Esta es una de las grandes razones de la muerte de Cristo.

Ningún hechizo puede prevalecer contra ti, si tus pecados son todos perdonados, estás revestido con la justicia de Cristo y has sido rescatado por el amoroso Creador del universo. Los sufrimientos y la muerte de Jesús son la razón final por lo que la Biblia dice del pueblo de Dios: «Contra Jacob no hay agüero, ni adivinación contra Israel» (Números 23:23). Cuando Jesús murió, compró todas las bendiciones del cielo para todo el que confía en Él. Y cuando Jesús bendice, nadie puede maldecimos. Y ninguna herida causada por un padre está fuera del alcance del poder sanador de Jesús. El rescate sanador es «la preciosa sangre de Jesús». La palabra «preciosa» denota infinito valor. Por eso el rescate es infinitamente liberador. No hay esclavitud que pueda prevalecer contra esto. Por consiguiente, vamos a dejar la plata y el oro y echar mano al regalo de Dios.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 27 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA SER UN SACERDOTE COMPASIVO Y COMPETENTE

Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
Hebreos 4:15-16

Cristo llegó a ser nuestro Sacerdote por el sacrificio de sí mismo en la cruz (Hebreos 9:26). Es nuestro intermediario ante Dios. Su obediencia y sufrimiento fueron tan perfectos que Dios no lo rechazó. Por consiguiente, si vamos a Dios por su intermedio, Dios no nos rechazará tampoco.

Pero esto resulta mejor aún. En el camino a la cruz por treinta años, Cristo fue tentado como todo ser humano es tentado. Es cierto, nunca pecó. Pero hay personas de talento que han señalado que esto significa que sus tentaciones fueron más fuertes que las nuestras, no más débiles. Si una persona accede a la tentación, nunca alcanza la más plena y prolongada presión. Capitulamos cuando la presión sigue creciendo. Pero Jesús no. Nuestro Señor soportó toda la presión hasta el fin y nunca cedió. Él sabe lo que es la tentación en su máxima expresión.

Una vida de tentación que alcanzó su clímax en medio de abuso y abandono espectaculares le dio a Jesús una capacidad sin paralelo para compadecer a las personas que son tentadas y que sufren. Nadie jamás ha sufrido más. Nadie ha soportado más abuso. Y nadie jamás lo ha merecido menos ni tuvo más derecho de devolver golpe por golpe. Pero el apóstol Pedro dijo: «El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca, quien cuando le maldecían no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:22-23).

Por consiguiente, la Biblia dice que Él puede «compadecerse de nuestras debilidades» (Hebreos 4:15). Esto es maravilloso. El resucitado Hijo de Dios, que está en el cielo a la diestra de Dios con toda autoridad sobre el universo, siente lo que nosotros sentimos cuando nos acercamos a Él en pesar o dolor, o acosados por las promesas de un placer pecaminoso.

¿Qué diferencia hace esto? La Biblia responde estableciendo una conexión entre la compasión de Jesús y nuestra confianza en la oración. Dice que puesto que Él es capaz de «compadecerse de nuestras debilidades… [por consiguiente nosotros debemos] con confianza acercarnos al trono de gracia, para que podamos recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:15-16).

Evidentemente, la idea es la siguiente: Nosotros probablemente no vamos a sentirnos bien recibidos en la presencia de Dios si llegamos ante Él con nuestras luchas. Percibimos la pureza y perfección de Dios tan profundamente que todo lo nuestro parece inapropiado en su presencia. Pero entonces recordamos que Jesús es «compasivo». Él está con nosotros, no contra nosotros. Esta conciencia de la compasión de Cristo nos llena de valor para acercárnosle. Él conoce nuestro clamor. Él probó nuestra lucha. Él nos invita a acudir con confianza cuando sentimos nuestra necesidad.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 26 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA PONER FIN AL SACERDOCIO DEL ANTIGUO TESTAMENTO Y CONVERTIRSE EN EL SUMO SACERDOTE ETERNO

Y los otros sacerdotes … por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. … [Jesucristo] no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
Hebreos 7:23-27

Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.
Hebreos 9:24-26

Todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios.
Hebreos 10:11-12

Una de las más grandes frases de la verdad cristiana es «una vez por todas». Viene de la palabra griega (efapax) y quiere decir «una vez para siempre». Significa que algo sucedió que fue decisivo. El acto logró tanto que no es necesario que se repita jamás. Todo esfuerzo por repetirlo podría desacreditar el logro que tuvo lugar «una vez para siempre».

Era una sombría realidad que año tras año los sacerdotes de Israel tuvieran que ofrecer sacrificios de animales por sus propios pecados y por los pecados del pueblo. Yo no quiero decir que no hubiera perdón. Dios estableció estos sacrificios para el alivio de su pueblo. La gente pecaba y necesitaba un sustituto que sufriera su castigo. Fue por misericordia que Dios aceptó el ministerio de sacerdotes pecadores y animales sustitutos.

Pero había un lado oscuro en esto. Tenía que realizarse una y otra vez. La Biblia dice: «Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados» (Hebreos 10:3). El pueblo sabía que cuando ellos ponían las manos sobre la cabeza de un toro para transferir sus pecados al animal, después tendría que hacerse otra vez. Ningún animal sería suficiente para sufrir por los pecados humanos. Los sacerdotes pecadores tenían que sacrificar por sus propios pecados. Los sacerdotes mortales tenían que ser reemplazados. Los toros y los machos cabríos no tenían vida moral y no podían llevar la culpa del hombre. «La sangre de los toros y los machos cabríos no puede quitar los pecados» (Hebreos 10:4).

Pero había un ribete de plata en esta nube de insuficiencia sacerdotal. Si Dios honraba aquellas cosas inadecuadas, ello sería porque un día enviaría a un siervo calificado para completar lo que aquellos sacerdotes no podían realizar: erradicar el pecado una vez por todas.

Eso es lo que Cristo es. Jesús vino a ser el Sacerdote definitivo y el Sacrificio definitivo. Inmaculado, no ofreció sacrificios por Él mismo. Inmortal, nunca tiene que ser reemplazado. Humano, podía llevar los pecados humanos. Por lo tanto, no ofreció sacrificios por sí mismo; se ofreció a sí mismo como el sacrificio definitivo. Nunca habrá necesidad de otro. Hay un mediador entre nosotros y Dios. Un sacerdote. No necesitamos otro. Felices aquellos que se acercan a Dios sólo a través de Cristo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 25 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA CONVERTIRSE PARA NOSOTROS EN EL LUGAR DONDE NOS REUNIMOS CON DIOS

Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo,
¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo.
Juan 2:19-21

Mátenme, y me convertiré en el centro mundial de reunión con Dios». Esa es la manera en que yo haría la paráfrasis de Juan 2:19-21. Ellos pensaron que Jesús se refería al templo de Jerusalén. «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Pero se refería a su cuerpo.

¿Por qué Jesús estableció la conexión entre el templo judío y su propio cuerpo? Porque Él vino a tomar el lugar del templo como sitio de reunión con Dios. Con la venida del Hijo de Dios en carne humana, el ritual y la adoración experimentarían profundo cambio. Cristo mismo llegaría a ser el final cordero de la Pascua, el sacerdote final, el templo final. Todos ellos pasarían, pero él permanecería.

Lo que quedó sería infinitamente mejor. Refiriéndose a Él mismo, Jesús dijo: «Os digo, uno mayor que el templo está aquí» (Mateo 12:6). El templo llegó a ser la morada de Dios en tiempos excepcionales, cuando la gloria de Dios llenó el santo lugar. Pero de Cristo la Biblia dice: «Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Colosenses 2:9). La presencia de Dios no va y viene en Jesús. Él es Dios, y donde nos encontramos con Él encontramos a Dios.

Dios se reunió con las personas en el templo a través de muchos imperfectos mediadores humanos. Pero ahora se dice de Cristo: «Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). Si queremos reunirnos con Dios en adoración, hay un solo lugar adonde debemos ir: a Jesucristo. El cristianismo no tiene centro geográfico como el islamismo y el judaísmo.

Una vez, cuando Cristo confrontó a una mujer con su adulterio, esta cambió el tema y dijo: «Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar». Jesús la siguió en su digresión: «Mujer, … la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre». La geografía no es lo importante. ¿Qué es lo importante? «La hora viene, y ahora es», continuó Jesús, «cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Juan 4:20-23).

Jesús cambia de categoría completamente. Ni en este monte ni en esta ciudad, sino en Espíritu y en verdad. Él vino al mundo para ampliar las limitaciones geográficas. No hay templo ahora. Jerusalén no es el centro. Cristo lo es. ¿Queremos ver a Dios? Jesús dice: «Cualquiera que me ha visto ha visto al Padre» (Juan 14:9). ¿Queremos recibir a Dios? Jesús dice. «El que me recibe a mí, recibe al que me envió» (Mateo 10:40). ¿Queremos tener la presencia de Dios en la adoración? La Biblia dice: «El que confiesa al Hijo tiene también al Padre» (1 Juan 2:23). ¿Queremos honrar al Padre? Jesús dice: «El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió» (Juan 5:23).

Cuando Cristo murió y resucitó, el viejo templo fue reemplazado por el Cristo mundialmente accesible. Puedes ir a él sin mover un músculo. Él está tan cerca como la fe.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 24 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA DARNOS SEGURO ACCESO AL LUGAR SANTÍSIMO

Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo
por la sangre de Jesucristo…
Hebreos 10:19

Uno de los grandes misterios en el Antiguo Testamento fue el significado de la tienda de campaña que Israel utilizaba para la adoración llamada «tabernáculo». El misterio se insinuó pero no se hizo claro. Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto y llegó al Monte Sinaí, Dios dio detalladas instrucciones a Moisés sobre cómo construir esta tienda de campaña de adoración con todas sus partes y mobiliario. La parte misteriosa acerca de esto fue el siguiente mandato: «Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte» (Éxodo 25:40).

Cuando Cristo vino al mundo 1.400 años más tarde, se reveló en forma más completa que este «modelo», porque el viejo tabernáculo era una «copia» o una «sombra» de las realidades en el cielo. El tabernáculo fue una figura terrenal de una realidad celestial. Así, pues, en el Nuevo Testamento leemos esto: «[Los sacerdotes] sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte» (Hebreos 8:5).

De modo que todas las prácticas del culto de Israel en el Antiguo Testamento señalan hacia algo más real. Así como había lugares santos en el tabernáculo, donde el sacerdote repetidamente manejaba la sangre del sacrificio de los animales y se reunía con Dios, así hay «lugares santos» infinitamente superiores a aquellos en el cielo, donde Cristo entró con su propia sangre, no repetidamente, sino una vez por todas.

Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención (Hebreos 9:11-12).

La implicación de esto para nosotros es que la vía está ahora abierta para que podamos ir con Cristo a todos los lugares santísimos de la presencia de Dios. Antiguamente sólo los sacerdotes judíos podían entrar en la «copia» y «sombra» de estos lugares. Sólo el sumo sacerdote podía ir una vez al año dentro del Lugar Santísimo donde la gloria de Dios aparecía (Hebreos 9:7). Había una cortina prohibitoria que protegía el lugar de la gloria. La Biblia nos dice que cuando Cristo expiró en la cruz, «el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y la tierra tembló y las rocas se partieron» (Mateo 27:51).

¿Qué significaba eso? La interpretación nos es dada en estas palabras: «[Tenemos] libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne» (Hebreos 10:19-20). Sin Cristo, la santidad de Dios tenía que protegerse de nosotros. El habría sido deshonrado, y nosotros habríamos sido consumidos a causa de nuestro pecado. Pero ahora, gracias a Cristo, podemos acercarnos y festejar nuestros corazones en la plenitud de la flamígera hermosura de la santidad de Dios. Él no será deshonrado. Nosotros no seremos consumidos. Porque por el todo protector Cristo, Dios será honrado, y nosotros permaneceremos en admiración reverente para siempre. Por consiguiente, no temamos ir a Él. Pero hagámoslo por medio de Cristo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 23 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA QUE PODAMOS PERTENECER A ÉL

También vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos.
Romanos 7:4

No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio.
1 Corintios 6:19-20

[Apacentemos] la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.
Hechos 20:28

Lo más importante no es quiénes somos, sino de quién somos. Por supuesto, muchas personas creen que no son esclavas de nadie. Sueñan con la independencia total. Como una medusa llevada por las olas se siente libre porque no tiene las ataduras que tiene una barnacla.

Pero Jesús tenía un mensaje para las personas que pensaban de esa manera. Dijo: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Pero ellos respondieron: «Jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo es que dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado esclavo es del pecado» (Juan 8:32-34).

La Biblia no da categoría de real a los pecadores que se consideran con determinación propia. No existe autonomía en el mundo caído, Estamos gobernados por el pecado o gobernados por Dios. «Sois esclavos de aquel a quien obedecéis … Cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. Mas ahora … habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios» (Romanos 6:16, 20, 22).

La mayor parte del tiempo somos libres de hacer lo que deseamos. Pero no somos libres para desear lo que debemos. Para eso necesitamos un nuevo poder basado en una compra divina. El poder es de Dios. Por eso es que la Biblia dice: «Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón» (Romanos 6:17). Dios es el único que puede concederles que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él (2 Timoteo 2:25-26).

Y la compra que desata ese poder es la muerte de Cristo. «No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio (1 Corintios 6: 19-20). ¿Y qué precio pagó Cristo por los que confían en Él? «Los ganó con su propia sangre» (Hechos 20:28).

Ahora sí somos libres. No para ser autónomos, sino para desear lo que es bueno. Un nuevo método de vida se abre ante nosotros cuando la muerte de Cristo llega a ser la muerte de nuestro viejo yo. La relación con el Cristo vivo reemplaza las reglas. Y la libertad de producir frutos reemplaza la esclavitud de la ley. «Vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios» (Romanos 7:4).

Cristo sufrió y murió para que pudiéramos estar libres de la ley y el pecado, y pertenecer a Él. Aquí es donde la obediencia deja de ser una carga y se convierte en la libertad de llevar fruto. Recuerde, no nos pertenecemos. ¿De quién es usted? Si es de Cristo, acérquese entonces y sea de Él.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 22 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA LLEVARNOS A DIOS

También Cristo padeció una sola vez por los pecados,
el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
1 Pedro 3:18

Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos,
habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.
Efesios 2:13

Al fin de cuentas, Dios es el evangelio. Evangelio significa «buenas noticias». El cristianismo no es primero teología, sino noticias. Es como cuando los prisioneros de guerra oyeron por una radio escondida que los aliados habían desembarcado y el rescate era cuestión de tiempo. Los guardias se preguntaban por qué todos estaban regocijados.

Pero ¿cuál es el supremo bien en las buenas noticias? Todo termina en una cosa: Dios mismo. Todas las palabras del evangelio conducen a Él, o no son el evangelio. Por ejemplo, la salvación no es buena noticia si solo salva del infierno y no lleva a Dios. El perdón no es buena noticia si solo nos alivia de la culpa y no abre el camino hacia Dios. La justificación no es buena noticia si solo nos hace legalmente aceptables a Dios pero no trae amistad con Dios. La redención no es buena noticia si solo nos libera de la servidumbre pero no nos lleva a Dios. La adopción no es buena noticia si solo nos coloca en la familia del Padre pero no en sus brazos.

Esto es crucial. Muchas personas parecen aceptar las buenas noticias sin aceptar a Dios. No existe prueba segura de que tenemos un nuevo corazón solo porque deseemos escapar del infierno. Ese es un deseo perfectamente natural. No es sobrenatural. No se necesita un nuevo corazón para desear el alivio psicológico del perdón, o la suspensión de la ira de Dios, o la herencia del mundo de Dios. Son deseos lógicos que no implican cambio espiritual alguno. Uno no necesita nacer otra vez para desear estas cosas. El diablo las desea.

No hay nada malo en desearlas. Realmente es una insensatez no quererlas. Pero la evidencia de que hemos sido cambiados es que deseamos estas cosas porque nos traen el gozo de Dios. Esto es lo más importante en cuanto a los motivos de la muerte de Cristo. «Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pedro 3:18).

¿Por qué es ésta la esencia de las buenas nuevas? Porque fuimos hechos para experimentar la plena y duradera felicidad de contemplar y saborear la gloria de Dios. Si nuestro gozo mejor viene de algo menor, somos idólatras y Dios es deshonrado. Él nos creó de tal manera que su gloria se manifieste a través de nuestro gozo en ella. El evangelio de Cristo es la buena noticia de que al costo de la vida de su Hijo, Dios ha hecho todo lo necesario para cautivarnos con lo que nos hará felices eternamente y en forma creciente: Él mismo.

Mucho antes de venir Cristo, Dios se reveló a sí mismo como la fuente de pleno y duradero placer. «Me mostrarás la senda de la vida. En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias en tu diestra para siempre» (Salmo 16:11). Entonces Él envió a Cristo a sufrir «para que pudiera llevarnos a Dios». Esto quiere decir que envió a Cristo para llevarnos al gozo más profundo y prolongado que un humano puede tener. Oigamos entonces la invitación: Vuélvanse de «los deleites temporales del pecado» (Hebreos 11:25) y busquemos «placeres eternos». Busquemos a Cristo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 21 ~ El porqué de la cruz

21

Cristo sufrió y murió . . .

PARA RECONCILIARNOS CON DIOS

Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
Romanos 5:10

La reconciliación que es necesario que ocurra entre el hombre pecador y Dios tiene dos vías. Nuestra actitud hacia Dios debe cambiar de desafío a fe. Y la actitud de Dios hacia nosotros debe cambiar de ira a misericordia. Pero las dos no son iguales. Yo necesito la ayuda de Dios para cambiar; pero Dios no necesita la mía. Mi cambio tendrá que venir desde afuera de mí, pero el cambio de Dios se origina en su propia naturaleza. Lo que significa, sobre todo, que no es un cambio de parte de Dios en lo absoluto. Es la propia acción de Dios planificada para dejar de estar contra mí y estar a mi favor.

Las palabras sumamente importantes son «siendo enemigos». Fue entonces cuando «fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Romanos 5:10). Mientras éramos enemigos. En otras palabras, el primer «cambio» fue de Dios, no de nosotros. Nosotros éramos aún enemigos. No que estábamos conscientemente en son de guerra. La mayoría de la gente no son hostiles contra Dios conscientemente. La hostilidad se manifiesta más sutilmente en una quieta insubordinación e indiferencia. La Biblia lo describe así: «Los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (Romanos 8:7).

Mientras estábamos aún en esa condición, Dios puso a Cristo por delante para sobrellevar nuestros pecados nacidos de la ira y hacer posible para él tratarnos sólo con misericordia. El primer acto de Dios al reconciliarnos con Él fue quitar el obstáculo que lo hacía irreconciliable, es decir, la culpabilidad por nuestro pecado tan ofensiva para Dios. «En Cristo Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados» (2 Corintios 5:19, NVI).

Cuando los embajadores de Cristo llevan este mensaje al mundo, dicen: «Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Corintios 5:20). ¿Quieren solamente decir: Cambien de actitud respecto de Dios? No, también quieren decir: Reciban el previo trabajo de Dios en Cristo para reconciliarse Él con ustedes.

Considérese esta analogía de reconciliación entre los hombres. Jesús dijo: «Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (Mateo 5:23-24). Cuando dice, «Ve, reconcíliate con tu hermano», nótese que es el hermano quien debe cancelar su juicio. El hermano es quien «tiene algo contra ti», como Dios tiene algo contra nosotros. «Reconcíliate con tu hermano» quiere decir haz lo que debes para que el juicio de tu hermano contra ti sea cancelado.

Pero cuando oímos el evangelio de Cristo, encontramos que Dios ha hecho eso ya: El Señor dio los pasos que nosotros no podemos dar para cancelar el castigo divino. Envió a Cristo para sufrir en nuestro lugar. La decisiva reconciliación tuvo lugar «mientras éramos enemigos». La reconciliación de nuestra parte es simplemente recibir lo que Dios ya ha hecho, de la misma manera en que se recibe un regalo infinitamente valioso.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.