Lectura 20 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA REDIMIRNOS DEL PRESENTE SIGLO MALO

Se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo,
conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre.
Gálatas 1:4

Hasta que muramos, o hasta que Cristo regrese a establecer su reino, vivimos en «el presente siglo malo». Por consiguiente, cuando la Biblia dice que Cristo se dio a sí mismo para librarnos del «presente siglo malo», no quiere decir que nos sacará de este mundo, sino que nos librará del poder del mal que está en él. Jesús oró por nosotros del modo siguiente: «No te pido que los quites del mundo, sino que los libres del mal» (Juan 17:15).

Jesús oró que se nos librara «del mal» porque «el presente siglo malo» es una era en que a Satanás le es concedida libertad para engañar y destruir. La Biblia dice: «El mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19). Este «maligno» es llamado «el dios de este siglo», y su principal objetivo es cegar a las personas para que no vean la verdad. «El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo» (2 Corintios 4:4).

Hasta que despertemos de nuestra oscurecida condición espiritual, viviremos en sincronización con «el presente siglo malo» y el gobernante de ella. En otro tiempo anduvimos «siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (Efesios 2:2). Sin saberlo, éramos lacayos del diablo. Lo que sentíamos como libertad era esclavitud. La Biblia habla directamente de los caprichos, diversiones y adicciones del siglo veintiuno cuando dice: «Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció» (2 Pedro 2:19).

El grito resonante de libertad en la Biblia es, «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por la renovación de vuestro entendimiento» (Romanos 12:2). En otras palabras, ¡sean libres! No se dejen engañar por los gurus de estos tiempos. Ellos están aquí hoy y se van mañana. Un capricho esclavizante sigue a otro. Treinta años a partir de ahora los tatuajes de hoy no serán marcas de libertad, sino indelebles recordatorios de conformidad.

La sabiduría de esta era es insensatez según la perspectiva de la eternidad. Por eso, «nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios» (1 Corintios 3:18-19). ¿Qué, pues, es la sabiduría de Dios en esta era? Es la gran muerte liberadora de Jesucristo. Los primeros seguidores de Jesús decían: «Predicamos a Cristo crucificado … el poder de Dios y la sabiduría de Dios» (1 Corintios 1:23-24).

Cuando Jesucristo fue a la cruz, liberó a millones de cautivos. Desenmascaró el fraude del diablo y destruyó su poder. Eso es lo que Él quiso decir en vísperas de su crucifixión cuando dijo: «Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera» (Juan 12:31). No sigamos a un enemigo derrotado. Sigamos a Cristo. Es costoso. Seremos proscritos en esta era. Pero seremos libres.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 19 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA DAR VIDA ETERNA A TODO EL QUE CREE EN ÉL

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Juan 3:16

En nuestros tiempos más felices no queremos morir. El deseo de morir surge solamente cuando nuestros sufrimientos parecen insoportables. Lo que realmente deseamos en esos tiempos no es la muerte, sino el alivio. Quisiéramos que volvieran los buenos tiempos. Quisiéramos que desapareciera el dolor. Quisiéramos ver a nuestro ser querido regresar de la tumba. Queremos vida y felicidad.

Nos engañamos cuando fantaseamos la muerte como el clímax de una vida bien vivida. La muerte es un enemigo que nos separa de los maravillosos placeres de este mundo. Llamamos a la muerte con dulces nombres como si fuera el menor de los males. Ese verdugo que da el golpe de gracia a nuestros sufrimientos no es la realización de un anhelo, sino el fin de la esperanza. El deseo del corazón humano es vivir y ser feliz.

Dios nos hizo en esa forma. «El ha puesto eternidad en el corazón del hombre» (Eclesiastés 3:11). Somos creados a la imagen de Dios y Dios ama la vida y vive para siempre. Estamos hechos para vivir para siempre y viviremos. Lo opuesto a la vida eterna no es la aniquilación. Es el infierno. Jesús habló de esto más que nadie, y dejó bien claro que rechazar la vida eterna que ofrece resulta no en la obliteración, sino en la desgracia de enfrentar la ira de Dios. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él» (Juan 3:36).

Y permanece para siempre. Jesús dijo: «E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna» (Mateo 25:46). Esta es una inenarrable realidad que muestra la infinita maldad de tratar a Dios con indiferencia o desprecio. Por eso Jesús advierte: «Si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga» (Marcos 9:47-48).

Así que la vida eterna no es meramente la extensión de esta vida con su mezcla de dolor y placer. Así como el infierno es el peor resultado de esta vida, la «vida eterna» es el mejor. La vida eterna es la suprema y aun creciente felicidad donde todo pecado y toda tristeza desaparecerán. Todo lo que sea malo y dañino en esta creación caída será eliminado. Todo lo que sea bueno —todo lo que traiga verdadera y perdurable felicidad— será preservado, purificado e intensificado.

Seremos cambiados de modo que seremos capaces de grados de felicidad inconcebibles para nosotros en esta vida. «Lo que ojo no vio ni oído escuchó, ni corazón de hombre imaginó… ha preparado Dios para los que lo aman» (1 Corintios 2:9). Esto es verdad cada momento de nuestra vida, ahora y siempre. Para aquellos que confían en Cristo lo mejor está aún por venir. Veremos la satisfaciente gloria de Dios. «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único verdadero Dios y a Jesucristo, a quien tú has enviado» (Juan 17:3). Para esto Cristo sufrió y murió. ¿Por qué no lo abrazamos a Él como nuestro tesoro, y vivimos?

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 18 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA SANARNOS DE ENFERMEDADES MORALES Y FÍSICAS

El castigo de nuestra paz fue sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados.
Isaías 53:5

Sanó a todos los enfermos, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo:
El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.
Mateo 8:16-17

Cristo sufrió y murió para que la enfermedad pueda ser un día totalmente destruida. La enfermedad y la muerte no eran parte del plan original de Dios con el mundo. Aparecieron con el pecado como parte del juicio de Dios contra la creación. La Biblia dice: «La creación fue sujeta a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza» (Romanos 8:20). Dios sujetó al mundo a la futilidad del dolor físico para mostrar el horror del mal moral.

Esta futilidad incluye la muerte. «El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte» (Romanos 5:12). Esto incluye todos los gemidos de la enfermedad. Y los cristianos no están excluidos: «No sólo ella [la creación], sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Romanos 8:23).

Pero toda esta miseria de la enfermedad es temporal. Esperamos ansiosamente una época cuando el dolor corporal no exista más. La sujeción de la creación a la futilidad no era permanente. Desde el mismo principio de su juicio, la Biblia dice que Dios puso su mira en la esperanza. Su propósito final ha sido que «la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Romanos 8:21).

Cuando Cristo vino a este mundo, vino con la misión de realizar esta redención global. Señaló su propósito curando a muchas personas durante el curso de su vida. Hubo ocasiones cuando las multitudes se reunían y él sanaba a todos los que estaban enfermos (Mateo 8:16; Lucas 6:19). Esto era una manifestación previa de lo que iba a pasar al final de la historia cuando «enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor» (Apocalipsis 21:4).

La manera en que Cristo derrotó a la muerte y la enfermedad fue tomándolas sobre sí mismo y llevándolas con él a la tumba. Cuando sufrió y murió, Jesús sufrió el juicio de Dios contra el pecado que trajo la enfermedad. El profeta Isaías explicó la muerte de Cristo con estas palabras: «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados» (Isaías 53:5). Los horribles golpes sobre la espalda de Jesús trajeron un mundo sin enfermedad.

Un día toda enfermedad será eliminada de la creación redimida por Dios. Habrá una nueva tierra. Tendremos nuevos cuerpos. La muerte será tragada por la vida eterna (1 Corintios 15:54; 2 Corintios 5:4). «El lobo y el cordero serán apacentados juntos: y el león comerá hierba como el buey» (Isaías 65:25). Y todo el que ame a Cristo cantará cánticos de gratitud al Cordero que fue inmolado para redimirnos del pecado y la muerte y la enfermedad.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 17 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA OBTENER TODAS LAS COSAS QUE SON BUENAS PARA NOSOTROS

El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
Romanos 8:32

Me encanta la lógica de este versículo. No porque me guste la lógica, sino porque me gusta tener mis verdaderas necesidades satisfechas. Las dos mitades de Romanos 8:32 tienen una conexión lógica estupendamente importante. Podemos no verla, puesto que la segunda mitad es una pregunta: «¿Cómo no nos dará también con él todas las cosas?» Pero si cambiamos la pregunta a la declaración que esto implica, se ve clara: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, bondadosamente nos dará, por lo tanto, seguramente, también con él todas las cosas».

En otras palabras, la conexión entre las dos mitades tiene el propósito de hacer la segunda mitad absolutamente cierta. Si Dios hizo lo más difícil de todo —a saber, entregar a su propio Hijo para sufrir y morir— entonces es cierto que hará lo que es comparativamente fácil: darnos con Él todas las cosas. El propósito total de Dios de darnos todas las cosas es más seguro que el sacrificio de su Hijo. Él dio a su Hijo «por todos nosotros». Hecho esto, ¿podría él dejar de hacer cosas a nuestro favor? Sería inconcebible.

Pero ¿qué significa «darnos todas las cosas»? No una vida suave de comodidades. Ni tampoco seguridad contra nuestros enemigos. Esto lo sabemos por lo que dice la Biblia cuatro versículos más adelante: «Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero» (Romanos 8:36). Muchos cristianos, aun hoy, sufren esta clase de persecución. Cuando la Biblia pregunta sí «la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro o la espada [podrán] separarnos del amor de Cristo?» (Romanos 8:35) la respuesta es no. No porque estas cosas no les pasen a los cristianos, sino porque «en todas estas cosas somos más que vencedores, por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:37).

¿Qué pues significa que por la muerte de Cristo por nosotros Dios ciertamente nos dará con él «todas las cosas»? Esto quiere decir que Él nos dará todas las cosas que sean buenas para nosotros. Todas las cosas que realmente necesitamos a fin de ser conformados a la imagen de su Hijo (Romanos 8:29). Todas las cosas que necesitamos a fin de alcanzar gozo permanente.

Esto es igual que la otra promesa bíblica: «Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19). La promesa está aclarada en las precedentes palabras: «En todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:12-13).

Dice que podemos hacer «todo» por medio de Cristo. Pero adviértase que «todo» incluye pasar «hambre» y pasar «necesidad». Dios suplirá toda verdadera necesidad, inclusive la capacidad de regocijarse uno en el sufrimiento cuando muchas necesidades no son satisfechas. Dios suplirá toda verdadera necesidad, inclusive la necesidad de gracia para pasar hambre cuando la necesidad de alimento no está satisfecha. El sufrimiento y la muerte de Cristo garantizan que Dios nos dará todas las cosas que necesitamos para hacer su voluntad y darle gloria y alcanzar gozo permanente.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 16 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA DARNOS UNA CLARA CONCIENCIA

¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?
Hebreos 9:14

Algunas cosas nunca cambian. El problema de una conciencia sucia es tan antiguo como Adán y Eva. Tan pronto como estos pecaron, su conciencia se manchó. Su sentido de culpa fue ruinoso. Arruinó su relación con Dios: se escondieron de él. Arruinó sus relaciones entre ellos: se culparon mutuamente. Arruinó su paz consigo mismos: por primera vez se vieron a sí mismos y sintieron vergüenza.

A través de todo el Antiguo Testamento, la conciencia fue un problema. Pero los sacrificios de animales en sí no podían limpiar la conciencia. «Se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste sólo en comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas» (Hebreos 9:9-10). Como una prefiguración de Cristo, Dios tuvo en cuenta la sangre de los animales como suficiente para limpiar la carne. Es decir, suficiente para limpiar la impureza ceremonial, mas no la conciencia.

Ninguna sangre de animal podría limpiar la conciencia. Ellos lo sabían (véase Isaías 53 y Salmo 51). Y nosotros lo sabemos. De modo que un nuevo sumo sacerdote viene —Jesús, el Hijo de Dios— con un mejor sacrificio: Él mismo.

«¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará nuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo» (Hebreos 9:14). Los sacrificios de animales prefiguraban el final sacrificio del Hijo de Dios, y la muerte del Hijo se retrotrae para cubrir todos los pecados del pueblo de Dios en antiguos tiempos, y se proyecta hacia delante para cubrir todos los pecados del pueblo de Dios en los nuevos tiempos.

Así, pues, estamos en la edad moderna —la edad de la ciencia, la Internet, el trasplante de órganos, el mensaje instantáneo, el teléfono celular— y nuestro problema es fundamentalmente el mismo de siempre: Nuestra conciencia nos condena. No nos sentimos suficientemente buenos para acercarnos a Dios. Y no importa lo distorsionadas que nuestras conciencias están, esto es, muy cierto: No somos suficientemente buenos para acercarnos a Él.

Podemos mutilarnos, o tirar a nuestros hijos en el río sagrado, o dar un millón de dólares a United Way, o servir en una cocina popular el Día de Acción de Gracias, o practicar cien formas de penitencia y masoquismo, y el resultado será el mismo: La mancha queda y la muerte aterroriza. Sabemos que nuestra conciencia está mancillada no con cosas externas como tocar un cadáver o comer un pedazo de cerdo. Jesús dijo que lo que sale de la persona es lo que contamina, no lo que entra (Marcos 7:15-23). Estamos contaminados por el orgullo y la lástima propia y la amargura y la lujuria y la envidia y los celos y la codicia y la apatía y el temor, y las acciones que alimentan. Estas son todas «obras muertas». No tienen vida espiritual en ellas. No proceden de una vida nueva: proceden de la muerte y conducen a la muerte. Por eso es que nos hacen sentir sin esperanza en nuestra conciencia.

La única respuesta en estos tiempos modernos, como en todas las otras épocas, es la sangre de Cristo. Cuando nuestra conciencia se levante y nos condene, ¿hacia dónde nos volveremos? Nos volveremos a Cristo. Volveremos al sufrimiento y a la muerte de Cristo, a la sangre de Cristo. Este es el único agente limpiador en el universo que puede dar descanso a la conciencia en la vida, y paz en la muerte.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 15 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA HACERNOS SANTOS, INTACHABLES Y PERFECTOS

Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
Hebreos 10:14

Ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él.
Colosenses 1:21-22

Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.
1 Corintios 5:7

Una de las mayores angustias en la vida cristiana es la lentitud de nuestro cambio. Escuchamos el llamamiento de Dios para que lo amemos de todo corazón, alma, mente y fuerza (Marcos 12:30).  Pero ¿alguna vez nos elevamos a esa totalidad de afecto y devoción? Exclamamos regularmente con el apóstol Pablo: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7:24). Gemimos aun cuando hacemos renovadas resoluciones: «No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús» (Filipenses 3:12).

Esa misma declaración es la clave de la paciencia y el gozo. «Cristo Jesús me ha hecho suyo». Toda búsqueda, mi anhelo y mi esfuerzo no son para pertenecer a Cristo (lo que ya ocurrió) sino para completar lo que falta en mi semejanza a Él.

Una de las mayores fuentes de gozo y constancia para el cristiano es saber que en la imperfección de nuestro progreso ya hemos sido perfeccionados, y que eso es debido al sufrimiento y la muerte de Cristo: «Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebreos 10:14). ¡Esto es maravilloso! En la misma oración dice que «estamos santificados» y que estamos ya «perfeccionados».

Estar santificado significa que somos imperfectos y estamos en proceso. Nos estamos volviendo santos, pero todavía no del todo santos. Y son precisamente éstos —y solo éstos— quienes están ya perfeccionados. El gozoso estímulo aquí es que la evidencia de nuestra perfección ante Dios no es la perfección experimentada, sino el progreso experimentado. Lo bueno de todo es que el hallarnos en el camino es prueba de que hemos llegado.

La Biblia pinta esto otra vez en el antiguo lenguaje de masa y levadura. En el cuadro, la levadura es el mal. Somos el grumo de la masa. Dice: «Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros» (1 Corintios 5:7). Los cristianos están «sin levadura». No hay levadura: no hay mal. Estamos perfeccionados. Por esta razón debemos «limpiarnos de la vieja levadura». Hemos quedado ácimos en Cristo. De modo que deberíamos llegar a ser ácimos en la práctica. En otras palabras, debemos llegar a ser lo que somos.

¿Cuál es la base de todo esto? «Cristo, nuestro Cordero de la Pascua, ha sido sacrificado». El sufrimiento de Cristo nos asegura perfección tan firmemente que ya es una realidad. Por consiguiente, peleamos contra nuestro pecado no sencillamente para llegar a ser perfectos, sino porque lo somos. La muerte de Jesús es la clave para combatir nuestras imperfecciones sobre el firme fundamento de nuestra perfección.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 14 ~ El porqué de la cruz

14

Cristo sufrió y murió . . .

PARA LLEVARNOS A LA FE Y MANTENERNOS FIELES

Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada.
Marcos 14:24

Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien,
y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí.
Jeremías 32:40

La Biblia habla de un «antiguo pacto» y un «nuevo pacto». El término pacto se refiere a un acuerdo solemne y obligatorio entre dos partes con obligaciones para ambas partes y hecho firme mediante un juramento. En la Biblia los pactos que Dios hace con el hombre los inicia Él mismo. Él establece los términos. Sus obligaciones están determinadas por sus propios fines.

El «antiguo pacto» se refiere a los acuerdos que Dios estableció con Israel en la ley de Moisés. Su debilidad era que no estaba acompañado por una transformación espiritual. Por consiguiente no era obedecido y no vivificaba. Estaba escrito con letras en la piedra, no con el Espíritu en el corazón. Los profetas prometían un «nuevo pacto» que sería diferente. No sería «de la letra, sino del Espíritu. Porque la letra mata pero el Espíritu vivifica» (2 Corintios 3:6).

El nuevo pacto es radicalmente más efectivo que el antiguo. Está redactado sobre el fundamento del sufrimiento y muerte de Jesús. «Él es el mediador del nuevo pacto» (Hebreos 9:15). Jesús dijo que su sangre era «sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada» (Marcos 14:24). Esto significa que la sangre de Jesús compró el  poder y las promesas del nuevo pacto. Es supremamente efectivo porque Cristo murió para que fuera así.

¿Cuáles entonces son los términos del pacto que él infaliblemente aseguró con su sangre? El profeta Jeremías describió algunos de ellos: «Yo haré un nuevo pacto … Este es el pacto que yo haré … Pondré mi ley dentro de ellos y la escribiré en sus corazones … Porque yo perdonaré su iniquidad y no me acordaré más de su pecado» (Jeremías 31:31-34). El sufrimiento y la muerte de Cristo garantizan el cambio interior de su pueblo (la ley escrita en sus corazones) y el perdón de sus pecados.

Para garantizar que este pacto no fallara, Cristo toma la iniciativa de crear la fe y asegurar la fidelidad de su pueblo. Trae al pueblo un nuevo pacto escribiendo la ley, no sobre piedra, sino sobre el corazón. En contraste con la «letra» sobre piedra, dice que «el Espíritu da vida» (2 Corintios 3:6). «Cuando aún estábamos muertos en pecado, [Dios] nos dio vida juntamente con Cristo» (Efesios 2:5). Esta es la vida espiritual que nos capacita para ver y creer en la gloria de Cristo. Este milagro crea el pueblo del nuevo pacto. Esto es seguro y cierto porque Cristo lo compró con su propia sangre.

Y el milagro es no solo la creación de nuestra fe, sino la seguridad de nuestra fidelidad. «Yo haré con ellos un pacto eterno … y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí» (Jeremías 32:40). Cuando Cristo murió aseguró para su pueblo no sólo nuevos corazones sino nueva seguridad. No les dejará que se aparten de él. Los guardará. Ellos perseverarán. La sangre del pacto lo garantizará.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 13 ~ El porqué de la cruz

13

Cristo sufrió y murió . . .

PARA ABOLIR LA CIRCUNCISIÓN Y TODOS LOS RITUALES COMO BASE DE LA SALVACIÓN

Y yo, hermanos, si aún predico la circuncisión, ¿porqué padezco persecución todavía?
En tal caso se ha quitado el tropiezo de la cruz.
Gálatas 5:11

Todos los que quieren agradar en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis,
solamente para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo.
Gálatas 6:12

El tema de la circuncisión fue una profunda controversia en la iglesia primitiva. Esta ocupaba un extenso, respetado y bíblico lugar desde que Dios lo ordenó en Génesis 17:10. Cristo era judío. Todos sus doce apóstoles eran judíos. Casi todos los primeros conversos al cristianismo eran judíos. Las Escrituras judías eran (y son) parte de la Biblia de la iglesia cristiana. No es de sorprender que los rituales judíos llegaran a la iglesia cristiana.

Llegaron. Y con ellos llegó la controversia. El mensaje de Cristo se estaba esparciendo hasta ciudades que no eran judías como Antioquía de Siria. Los gentiles estaban creyendo en Cristo. La cuestión se hizo urgente. ¿En qué sentido la verdad central del evangelio guarda relación con rituales como la circuncisión? ¿Cómo los rituales guardan relación con el evangelio de Cristo: las buenas noticias de que si creemos en Él nuestros pecados son perdonados, y estamos justificados ante Dios? Dios está a favor nuestro. Tenemos vida eterna.

A través del mundo gentil los apóstoles fueron predicando perdón y justificación por fe solamente. Pedro predicó: «De éste [Cristo] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren recibirán perdón de pecados por su nombre» (Hechos 10:43). Pablo predicó: «Sepan, pues, esto, varones hermanos: que … por medio de él todo el que en él cree es justificado de todo lo que no pudo ser justificado por la ley de Moisés» (Hechos 13:38-39, traducción libre).

¿Pero qué de la circuncisión? Algunos en Jerusalén creían que esto era esencial. Antioquía llegó a ser el centro mismo de la controversia. «Algunos hombres venían de Judea y enseñaban que «si no os circuncidáis … no podéis ser salvos» (Hechos 15:1). Se convocó un concilio y se debatió la cuestión.

Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés. Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espiritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discipulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros mismos hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos. Entonces toda la multitud calló (Hechos 15:5-12).

Nadie veía el fondo de este asunto más claramente que el apóstol Pablo. El verdadero significado del sufrimiento y muerte de Cristo estaba en juego. ¿Era la fe en Cristo suficiente para ponernos a bien con Dios? O ¿era la circuncisión necesaria también? La respuesta fue clara. Si Pablo predicaba la circuncisión, el tropiezo de la cruz era quitado del medio (Gálatas 5:11). La cruz significa libertad de la esclavitud del ritual. «Para libertad Cristo nos hizo libres. Estad firmes, pues, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud» (Gálatas 5:1).

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 12 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA CANCELAR NUESTRA CONDENACIÓN

¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
Romanos 8:34

La gran conclusión en cuanto al sufrimiento y la muerte en la cruz de Cristo es esta: «Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1). Estar «en Cristo» significa estar en relación con él por fe. La fe en Cristo nos une a Cristo, así que su muerte llega a ser nuestra muerte y su perfección se convierte en nuestra perfección. Cristo llega a ser nuestro castigo (que no tenemos que sufrir) y nuestra perfección (que no podemos alcanzar).

La fe no es la base de nuestra aceptación ante Dios. Solo Cristo lo es. La fe nos une a Cristo así que su justicia es contada como nuestra. «Sabiendo que una persona no está justificada por obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado» (Gálatas 2:16). Ser «justificados por fe» y ser «justificados… en Cristo» (Gálatas 2:17) son términos paralelos. Estamos en Cristo por fe, y por tanto somos justificados.

Cuando surge la pregunta «¿Quién es condenado?», la respuesta se da por sentada. ¡Nadie! Entonces se dice el porqué: «¡Cristo Jesús es el que murió!» La muerte de Cristo asegura nuestra libertad de la condenación. Es tan seguro que no podemos ser condenados como seguro es que Cristo murió. No hay doble penalidad en el tribunal de Dios. No seremos condenados dos veces por el mismo delito. Cristo ha muerto una vez por nuestros pecados. No seremos condenados por causa de ellos. La condenación ha desaparecido no porque no exista ninguna, sino porque ya ha ocurrido.

¿Pero qué si el mundo nos quiere condenar? No es esa una respuesta a la pregunta, «¿Quién va a condenar?» ¿No condena el mundo a los cristianos? Ha habido muchos mártires. La respuesta es que nadie puede condenarnos con éxito. Puede haber cargos, pero ninguno perdurará. «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica» (Romanos 8:33). Es lo mismo que cuando la Biblia pregunta: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?» La respuesta no es que estas cosas no le ocurran a los cristianos. La respuesta es que «en todas estas cosas somos más que vencedores, por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:37).

El mundo traerá su condenación. Quizá esta llegue acompañada de espada. Pero sabemos que el supremo tribunal ya ha dictado sentencia a nuestro favor. «Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Romanos 8:31). Nadie exitosamente. Si otros nos rechazan, Él nos acepta. Si otros nos odian, Él nos ama. Si otros nos encarcelan, Él da libertad a nuestros espíritus. Si otros nos afligen, Él nos refina con su fuego. Si otros nos matan, Él hace de eso un trayecto al paraíso. No pueden derrotarnos. Cristo ha muerto. Cristo ha resucitado. Estamos vivos en Él. Y en Él no hay condenación. Somos perdonados y somos justos. «El justo vive confiado como un león» (Proverbios 28:1).

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 11 ~ El porqué de la cruz

11

Cristo sufrió y murió . . .

PARA COMPLETAR LA OBEDIENCIA QUE SE CONVIERTE EN NUESTRA JUSTIFICACIÓN

Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Filipenses 2:8

Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores,
así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
Romanos 5:19

Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
2 Corintios 5:21

Y ser hallado en él no teniendo mi propia justicia, que es por la ley,
sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.
Filipenses 3:9

La justificación no es simplemente la cancelación de nuestra injusticia. Es también el traspaso a nosotros de la justicia de Cristo. No tenemos una rectitud que nos ponga a bien con Dios. Lo único que un cristiano puede decir ante Dios es: «No teniendo mi propia justicia, que es por ley, sino la que es por la fe de Cristo» (Filipenses 3:9).

Es la justicia de Cristo. Dios nos la traspasa. Eso quiere decir que Cristo cumplió toda justicia perfectamente; y esa justicia la toma en cuenta como nuestra cuando confiamos en Él. Somos contados como justos. Dios miró la perfecta justicia de Cristo y nos declaró justos con la justicia de Cristo.

Así, pues, hay dos razones por las que no es abominable para Dios justificar al impío (Romanos 4:5). Primero, la muerte de Cristo pagó la deuda de nuestra injusticia (véase el capítulo anterior). Segundo, la obediencia de Cristo proporcionó la justicia que necesitábamos para ser justificados en el tribunal de Dios. Las demandas de Dios para entrar en la vida eterna no son meramente que nuestra injusticia sea cancelada, sino que nuestra perfecta justicia se establezca.

El sufrimiento y la muerte de Cristo es la base de ambas. Su sufrimiento es el sufrimiento que nuestra injusticia merecía. «Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades» (Isaías 53:5). Pero su sufrimiento y muerte fueron también el clímax y la consumación de la obediencia que llegó a ser la base de nuestra justificación. Él fue «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:8). Su muerte fue el pináculo de su obediencia. A esto es a lo que la Biblia se refiere cuando dice: «Por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5:19).

Por lo tanto, la muerte de Cristo llegó a ser la base de nuestro perdón y nuestra perfección. «Por nosotros [Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios» (2 Corintios 5:21). ¿Qué quiere decir esto de que Dios hizo que el inmaculado Cristo fuese hecho pecado? Quiere decir que le imputaron nuestro pecado, y sobre la base de eso se convirtió en nuestro perdón. ¿Y qué significa que nosotros (que somos pecadores) llegamos a ser justicia de Dios en Cristo? Quiere decir, igualmente, que la justicia de Cristo se toma como nuestra, y es por eso que Él es nuestra perfección.

¡Gloria sea a Cristo por lo que logró al sufrir y morir! Al sufrir y morir logró el perdón de nuestro pecado, y a la vez proporcionó nuestra justicia. Admirémosle y atesorémosle y confiemos en Él por este gran logro.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.