Lectura 10 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA PROVEER LA BASE DE NUESTRA JUSTIFICACIÓN

Estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.
Romanos 5:9

[Somos] justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.
Romanos 3:24

Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.
Romanos 3:28

El ser justificados ante Dios y el ser perdonados por Dios no es lo mismo. Ser justificado en un tnbunal no es lo mismo que ser perdonado. Ser perdonado entraña que soy culpable y que mi delito no se cuenta. Ser justificado implica que he sido juzgado y hallado inocente. Mi demanda es justa. Estoy vindicado. El juez dice, «Inocente».

La justificación es un acto legal. Significa declarar que alguien es justo. Es un veredicto. El veredicto de justificación no hace justa a una persona. Declara justa a una persona. Se basa en que alguien realmente es justo. Podemos ver esto con mayor claridad cuando la Biblia nos dice que, en respuesta a las enseñanzas de Jesús, el pueblo «justificó» a Dios (Lucas 7:29). Esto no quiere decir que hicieron a Dios justo (puesto que Él ya lo era). Significa que declararon que Dios es justo.

El cambio moral que experimentamos cuando confiamos en Cristo no es justificación. La Biblia usualmente lo llama santificación, el proceso de llegar a ser bueno. La justificación no es ese proceso. No es ningún proceso. Es una declaración que ocurre en un momento. Un veredicto: ¡Justo! ¡Recto!

La manera ordinaria de ser justificado en un tribunal humano es guardar la ley. En ese caso el jurado y el juez sencillamente declaran lo que es cierto en usted: Usted guarda la ley. Eso lo justifica. Pero ante el tribunal de Dios, no hemos guardado la ley. Por lo tanto, en términos ordinarios, no tenemos esperanza de ser justificados. La Biblia aun dice, «El que justifica al impío … [es] abominación a Jehová» (Proverbios 17:15). Y aún más, sorprendentemente, a causa de Cristo, también dice que Dios «justifica al impío», que confía en su gracia (Romanos 4:5). Dios hace lo que parece abominable.

¿Por qué esto no es abominable? O, según la Biblia dice, ¿cómo puede Dios ser «justo y, a la vez, el que justifica a los que [¡simplemente!] tienen fe en Jesús?» (Romanos 3:26). No es abominable que Dios justifique al impío que confía en él, por dos razones. Una es que Cristo derramó su sangre para cancelar la culpa de nuestro delito. Así, pues, dice «Hemos sido justificados por su sangre» (Romanos 5:9). Pero eso es solo la remoción del pecado. No nos declara justos. Cancelar nuestros fracasos en mantener la ley no es lo mismo que declararnos guardadores de la ley. Cuando un maestro cancela de la lista un examen que obtuvo F, no es lo mismo que declararlo A. Si el banco fuera a perdonarme las deudas en mi cuenta, no sería lo mismo que declararme rico. Así también, cancelar nuestros pecados no es lo mismo que declararnos justos. La cancelación debe ocurrir. Esto es esencial a la justificación. Pero hay más. Existe otra razón por la que no es abominable que Dios justifique al impío por la fe. Para eso vamos al siguiente capítulo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 9 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA EL PERDÓN DE NUESTROS PECADOS

En [Él] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.
Efesios 1:7

Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.
Mateo 26:28

Cuando perdonamos una deuda o una ofensa o un daño, no exigimos un pago por el ajuste. Eso sería lo opuesto al perdón. Si se nos hace un reembolso por lo que hemos perdido, no hay necesidad de perdón. Ya hemos recibido el pago.

El perdón supone gracia. Si usted me hiere, la gracia lo absuelve. Yo no lo demando. Yo lo perdono. La gracia da lo que alguien no merece. Es por eso que perdonar contiene en sí la palabra donar. Perdonar no es saldar la cuenta. Es abandonar el derecho a una compensación equitativa.

Eso es lo que Dios hace con nosotros cuando confiamos en Cristo: «Todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre» (Hechos 10:43). Si creemos en Cristo, Dios deja de tomar en cuenta nuestros pecados. Este es el propio testimonio de Dios en la Biblia. «Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo» (Isaías 43:25). «Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (Salmo 103: 12).

Pero esto crea un problema. Todos sabemos que no basta con perdonar. Podemos verlo claramente cuando el daño es grande, como un asesinato o una violación. Ni la sociedad ni el universo pueden mantenerse unidos si los jueces (o Dios) simplemente le dicen a todo asesino o violador, «¿Lo sientes mucho? Muy bien. El estado te perdona. Quedas libre». En casos como estos vemos que aunque la víctima puede tener un espíritu perdonador, el estado no puede ignorar la justicia.

Así pasa con la justicia de Dios. Todo pecado es grave, porque es contra Dios (ver capítulo 1). Él es aquel cuya gloria ofendemos cuando lo ignoramos, lo desobedecemos o blasfemamos. Su justicia no le permitirá simplemente libertarnos, así como un juez no puede cancelar las deudas que un criminal tiene con la sociedad. La ofensa hecha a la gloria de Dios por nuestro pecado se debe reparar para que en la justicia su gloria resplandezca con más brillantez. Y si nosotros los criminales vamos a quedar en libertad y a ser perdonados, debe haber alguna demostración dramática de que el honor de Dios es mantenido aunque algunos que fueron blasfemos sean puestos en libertad.

Esto es por lo que Cristo sufrió y murió. «En [Él] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (Efesios 1:7). El perdón no nos cuesta nada. Toda nuestra costosa obediencia es el fruto, no la raíz, de ser perdonados. Es por eso que llamamos a esto gracia. Pero le costó a Jesús su vida. Es por eso que llamamos a esto justo. ¡Oh, cuán preciosa es la noticia de que Dios no nos toma en cuenta los pecados cometidos! Y qué hermoso es Cristo, cuya sangre justificó que Dios hiciera esto.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 8 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA CONVERTIRSE EN RESCATE POR MUCHOS

Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido,
sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Marcos 10:45

No hay idea alguna en la Biblia de que a Satán había que pagarle para dejar que los pecadores fueran salvos. Lo que recibió Satán cuando Cristo murió no fue un pago, sino una derrota. El Hijo de Dios se hizo humano «para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14). No había negociación.

Cuando Jesús dice que Él vino «para dar su vida en rescate», la cuestión no es quién recibe el pago. El enfoque está en su propia vida como el pago, y en su libertad en servir más bien que en ser servido, y en los «muchos» que se beneficiarán del pago que Él hace.

Si preguntamos quién recibió el rescate, la respuesta bíblica seguramente sería Dios. La Biblia dice que Cristo «se entregó a sí mismo por nosotros, [como una] ofrenda … a Dios» (Efesios 5:2). Cristo «se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios» (Hebreos 9:14). La total necesidad de que un sustituto muriera en nuestro favor es porque todos hemos pecado contra Dios y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Ya causa de nuestro pecado, «todo el mundo [está] bajo el juicio de Dios» (Romanos 3:19). Así que cuando Cristo se ofrece a sí mismo como rescate por nosotros, la Biblia dice que estamos libres de la condenación de Dios. «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1). La última cautividad de la cual necesitamos liberarnos es el final «juicio de Dios» (Romanos 2:2, Apocalipsis 14:7).

El precio del rescate en esta liberación de la condenación de Dios es la vida de Cristo. No necesariamente la vida que vivió, sino la vida que entregó en su muerte. Jesús dijo repetidamente a sus discípulos, «El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán» (Marcos 9:31). En realidad, una de las razones por las que a Jesús le gustaba llamarse «el Hijo del Hombre» (más de sesenta y cinco veces en los Evangelios) era que este título tenía un aura de mortalidad. Los hombres pueden morir. Es por esto que Él tenía que ser uno de ellos. El rescate podría ser pagado únicamente por el Hijo del Hombre, porque el rescate era una vida entregada a la muerte.

El precio no lo pagó a la fuerza. Eso es lo que señalaba al decir: «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir». Él no necesitaba ningún servicio de nosotros. Él era el dador, no el receptor. «Nadie me … quita [la vida], sino que yo de mí mismo la pongo» (Juan 10:18). El precio lo pagó libremente; no fue forzado. Lo cual nos trae otra vez a su amor. Él escogió voluntariamente rescatarnos al costo de su vida.

¿A cuántos efectivamente Cristo rescató del pecado? Él dijo que vino «a dar su vida en rescate por muchos». Sin embargo, no todo el mundo será rescatado de la ira de Dios. Pero la oferta es para todo el mundo. «Hay … un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos» (1 Timoteo 2:5-6). Nadie que abrace el tesoro de Cristo el rescatador está excluido de esta salvación.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 7 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA CANCELAR LAS DEMANDAS DE LA LEY CONTRA NOSOTROS

Ya vosotros, estando muertos en pecados… [Dios] os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.
Colosenses 2:13-14

Qué insensatez es pensar que nuestras buenas obras puedan un día superar nuestras malas obras. Es insensatez por dos razones. Primera, no es verdad. Aun nuestras buenas obras son defectuosas porque no honramos a Dios en la forma que las hacemos. ¿Hacemos nuestras buenas obras en gozosa dependencia de Dios con el criterio de hacer conocer su supremo valor?

¿Cumplimos el supremo mandamiento de servir al pueblo «conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo» (1 Pedro 4:11)?

¿Qué diremos entonces en respuesta a la palabra de Dios: «Todo lo que no proviene de fe, es pecado» (Romanos 14:23). Creo que no debemos decir nada. «Todo lo que la ley dice, lo dice … para que toda boca se cierre» (Romanos 3:19). No diremos nada. Es tonto pensar que nuestras buenas obras compensarán por nuestras malas obras delante de Dios. Sin fe que exalte a Cristo, nuestras obras no significarán nada sino rebelión.

La segunda razón de que es tonto esperar en las buenas obras es que esta no es la manera en que Dios salva. Si somos salvos de las consecuencias de nuestras malas obras, no será porque ellas pesaron menos que nuestras buenas obras. Será porque «el acta de los decretos que había contra nosotros» en el cielo ha sido clavada en la cruz de Cristo. Dios tiene una manera totalmente diferente de salvar a los pecadores que pesándole sus obras. No hay esperanza en nuestras obras. Solo hay esperanza en el sufrimiento y la muerte de Cristo.

No hay salvación mediante el equilibrio de nuestras cuentas. Solo hay salvación mediante la cancelación de las cuentas. La cuenta de nuestras malas obras (inclusive nuestras defectuosas buenas obras), junto con las justas penalidades que cada una merece, deben ser borradas, no balanceadas. Cristo sufrió y murió para lograrlo.

La cancelación sucedió cuando la cuenta de nuestras obras fue clavada en la cruz (Colosenses 2:13). ¿Cómo fue esta cuenta mortal clavada en la cruz? Un pergamino no fue clavado en la cruz. Cristo sí. Así, pues, Cristo se convirtió en cuenta mortal de malas (y buenas) obras. Él soportó mi condenación: Él puso mi salvación sobre una base totalmente diferente. Él es mi única esperanza. Y la fe en Él es mi única vía a Dios.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 6 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA MOSTRAR SU PROPIO AMOR POR NOSOTROS

Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios.
Efesios 5:2

Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella.
Efesios 5:25

[Él] me amó y dio su vida por mi.
Gálatas 2:20

La muerte de Cristo no solo es la demostración del amor de Dios (Juan 3:16), sino también la suprema expresión del propio amor de Cristo por todos los que lo reciban ese amor como un tesoro. Los primeros testigos que sufrieron mucho por ser cristianos fueron cautivados por esta razón: Cristo «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20). Tomaron el acto de la propia entrega del sacrificio de Cristo muy personalmente. Dijeron: «Él me amó a . Él se dio a sí mismo por ».

Seguramente éste es el modo en que debemos entender el sufrimiento y la muerte de Cristo. Ambas tienen que ver conmigo. Se tratan del amor de Cristo por mí personalmente. Es mi pecado lo que me separó de Dios, no el pecado en general. Es mi dureza de corazón y entumecimiento espiritual lo que degrada la dignidad de Cristo. Estoy perdido y pereciendo. Cuando se trata de salvación, he perdido todo alegato de justicia. Todo lo que puedo hacer es suplicar misericordia.

Entonces veo a Cristo sufriendo y muriendo. ¿Por quién? Dice que «Cristo amó la iglesia y se entregó por ella» (Efesios 5:25). «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:28).

Y me pregunto: ¿Estoy yo entre los «muchos»? ¿Puedo yo ser uno de sus «amigos»? ¿Puedo yo pertenecer a la «iglesia»? Y oigo la respuesta: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo» (Hechos 16:31). «Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Romanos 10:13). «Todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre» (Hechos 10:43). «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12). «Todo aquel que en él cree no se pierd[e], mas [tiene] vida eterna» (Juan 3:16).

Mi corazón queda persuadido, y abrazo la belleza y la generosidad de Cristo como mi tesoro. Y fluye dentro de mi corazón esta gran realidad: el amor de Cristo por mí. De modo que digo con aquellos primeros testigos: «Él me amó y se entregó a sí mismo por mí».

¿Y qué quiero decir? Quiero decir que Él pagó el más alto precio posible por darme el más grande regalo posible. ¿Y qué es eso? Es el regalo por el que oró al fin de su vida: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy ellos también estén conmigo, para que vean mi gloria» (Juan 17:34). En su sufrimiento y su muerte «vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad» (Juan 1:14). Hemos visto suficiente para estar cautivados con su causa. Pero lo mejor está aún por venir. Él murió para asegurarnos esto. Ese es el amor de Cristo.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 5 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA MOSTRAR LA RIQUEZA DEL AMOR Y LA GRACIA DE DIOS POR LOS PECADORES

Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Romanos 5:7-8

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Juan 3:16

En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia,
Efesios 1:7

La medida del amor de Dios por nosotros se muestra en dos cosas. Una es el grado de su sacrificio en salvarnos de la penalidad de nuestro pecado. La otra es el grado de falta de mérito que teníamos cuando él nos salvó.

Podemos oír la medida de su sacrificio en las palabras: «Dio a su Hijo único» (Juan 3:16, DHH). También oímos esto en la palabra Cristo. Este es un nombre basado en el título griego Christos, o «El Ungido», o «Mesías». Es un término de gran dignidad. El Mesías iba a ser el Rey de Israel. Él conquistaría a los romanos y traería paz y seguridad a Israel. Así que la persona a quien Dios envió para salvar a los pecadores fue su propio divino Hijo, su Hijo único, el Ungido Rey de Israel… y en efecto el rey del mundo (Isaías 9:6-7).

Cuando agregamos a estas consideraciones la horrible muerte por crucifixión que Cristo soportó, se hace claro que el sacrificio del Padre y del Hijo fue indescriptiblemente grande, aun infinito, cuando se considera la distancia entre lo divino y lo humano. Pero Dios escogió hacer este sacrificio para salvarnos.

La medida de su amor por nosotros aumenta aún más cuando consideramos nuestra falta de méritos. «Tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:7-8). Merecemos el castigo divino, no el sacrificio divino.

He oído decir: «Dios no murió por las ranas. Así que estaba respondiendo a nuestro valor como humanos». Esto altera el significado de la gracia. Nosotros somos peores que las ranas. Las ranas no han pecado. No se han rebelado ni han tratado a Dios con desprecio ni han sido inconsecuentes en sus vidas. Dios no tuvo que morir por las ranas. No son lo suficiente malas. Nosotros sí lo somos. Nuestra deuda es tan grande que solo un sacrificio divino podría pagarla.

Hay solo una explicación para el sacrificio de Dios por nosotros. No somos nosotros. Son «las riquezas de su gracia» (Efesios 1:7). Es todo gratis. No responde a nuestro mérito. Es el desborde de su infinito mérito. De hecho, esto es lo que el divino amor es al fin y al cabo: una pasión por cautivar a pecadores que no lo merecían, a gran costo, con algo que los hará supremamente felices para siempre: su infinita belleza.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

 

Lectura 4 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA LOGRAR SU PROPIA RESURRECCIÓN DE ENTRE LOS MUERTOS

Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad.
Hebreos 13:20-21

La muerte de Cristo no precede meramente a su resurrección: fue el precio que la obtuvo. Por eso Hebreos 13:20 dice que Dios lo resucitó de los muertos «por la sangre del pacto eterno».

La «sangre del pacto» es la sangre de Jesús. Como Él dijo: «Esto es mi sangre del… pacto» (Mateo 26:28). Cuando la Biblia habla de la sangre de Jesús, se refiere a su muerte. No se lograría la salvación por el mero desangramiento de Jesús. Su desangramiento hasta morir es lo que hace crucial su derramamiento de sangre.

Ahora, ¿qué relación existe entre este desangramiento de Jesús y la resurrección? La Biblia dice que resucitó no simplemente después del derramamiento de sangre, sino por ella. Esto quiere decir que lo que la muerte de Cristo logró fue tan pleno y tan perfecto que la resurrección fue el premio y la vindicación del logro de Cristo en la muerte.

La ira de Dios se satisfizo con el sufrimiento y la muerte de Jesús. La maldición santa contra el pecado quedó totalmente absorbida. La obediencia de Cristo se completó en toda su medida. El precio del perdón fue totalmente pagado. La justicia de Dios fue totalmente vindicada. Lo único que quedaba por lograr era la pública declaración de la aprobación de Dios. Esta la dio levantando a Jesús de entre los muertos.

Cuando la Biblia dice: «Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados» (1 Corintios 15:17), el punto no es que la resurrección es el precio pagado por nuestros pecados. El punto es que la resurrección demuestra que la muerte de Jesús es un precio totalmente suficiente. Si Jesús no se hubiera levantado de entre los muertos, su muerte hubiera sido un fracaso, Dios no hubiera vindicado su logro de llevar nuestros pecados, y estaríamos aún en ellos.

Pero en realidad «Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre» (Romanos 6:4). El éxito de su sufrimiento y su muerte fue vindicado. Y si ponemos nuestra confianza en Cristo, no estamos aún en nuestros pecados. Porque «por la sangre del pacto eterno», el Gran Pastor ha resucitado y vive para siempre.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 3 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA APRENDER OBEDIENCIA Y SER PERFECCIONADO

Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.
Hebreos 5:8

Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.
Hebreos 2:10

El mismo libro en la Biblia que dice que Cristo «aprendió la obediencia» a través del sufrimiento, y que fue «[perfeccionado] por aflicciones», también dice que fue «sin pecado». «[Cristo] fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15).

Esta es la enseñanza consecuente de la Biblia. Cristo fue sin pecado. Aunque era el divino Hijo de Dios, era realmente humano, con todas nuestras tentaciones y apetitos y debilidades físicas. Sintió hambre (Mateo 21:19) y enojo y aflicción (Marcos 3:5) y dolor (Mateo 17:12). Pero su corazón amaba perfectamente a Dios, y actuó de acuerdo con ese amor: «no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca» (1 Pedro 2:22).

Por consiguiente, cuando la Biblia dice que Jesús «por lo que padeció aprendió la obediencia», no quiere decir que aprendió a dejar de desobedecer. Quiere decir que con cada nueva experiencia aprendió en la práctica —y en el dolor—  lo que significa obedecer. Cuando dice que fue «[perfeccionado] por aflicciones», no quiere decir que fue gradualmente librándose de defectos. Quiere decir que fue gradualmente colmando la perfecta justicia que tenía que tener a fin de salvarnos.

Eso fue lo que dijo en su bautismo. Él no tenía que ser bautizado porque fuese un pecador. Más bien, según le explicó a Juan el Bautista, «así conviene que cumplamos toda justicia» (Mateo 3:15).

El punto es este: Si el Hijo de Dios habría ido desde la encarnación a la cruz sin una vida de tentación y dolor para probar su justicia y su amor, no habría sido un adecuado Salvador para el hombre caído. Su sufrimiento no solo absorbió la ira de Dios. También realizó su verdadera humanidad y lo hizo capaz de llamarnos hermanos y hermanas (Hebreos 2:17).

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 2 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA COMPLACER A SU PADRE CELESTIAL

Jehová quiso quebrantarlo, sujetándo le a padecimiento.
Isaías 53:10

Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros,
ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.
Efesios 5:2

Jesús no forcejeó con su airado Padre y lo echó al suelo del cielo para sacarle la fusta de su mano. No lo forzó a ser misericordioso con la humanidad. Su muerte no fue el consentimiento de mala gana de Dios de ser indulgente con los pecadores. No, lo que Jesús hizo cuando sufrió y murió fue idea del Padre. Fue una estrategia asombrosa, concebida aun antes de la creación, a la vez que Dios concebía y planeaba la historia del mundo. Por esto es que la Biblia habla del «propósito… y la gracia [de Dios] que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos» (2 Timoteo 1:9).

Ya en las Escrituras judías el plan se desarrollaba. El profeta Isaías predijo los sufrimientos del Mesías, quien iba a tomar el lugar de los pecadores. Dijo que el Cristo sería «herido de Dios» en nuestro lugar.

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros  lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él. Y por su llaga fuimos nosotros curados… Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros (Isaías 53:4-6).

Pero lo que es más asombroso acerca de esta sustitución de Cristo por los pecadores es que ésta fue idea de Dios. Cristo no interfirió en el plan de Dios de castigar a los pecadores. Dios planeó que Él estuviera allí. Un profeta del Antiguo Testamento dice: «Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento» (Isaías 53:10).

Esto explica la paradoja del Nuevo Testamento. Por una parte, el sufrimiento de Cristo es una efusión de la ira de Dios a causa del pecado. Pero por otro lado, el sufrimiento de Cristo es un acto hermoso de sumisión y obediencia a la voluntad del Padre. Por eso Cristo gritó desde la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46). Y sin embargo la Biblia dice que el sufrimiento de Cristo fue una fragancia para Dios: «Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante» (Efesios 5:2).

¡Oh, que podamos adorar la terrible maravilla del amor de Dios! Esto no es sentimental. Esto no es sencillo. Por nosotros Dios hizo lo imposible: vertió su ira sobre su propio Hijo, cuya sumisión lo hizo infinitamente desmerecedor de recibirlo. Sin embargo, la misma disposición del Hijo por recibirla fue preciosa a los ojos de Dios. El portador de la ira era amado infinitamente.

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.

Lectura 1 ~ El porqué de la cruz

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Cristo sufrió y murió . . .

PARA ABSORBER LA IRA DE DIOS

Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero).
Gálatas 3:13

Dios puso [a Cristo] como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.
Romanos 3:25

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
1 Juan 4:10

Si Dios no fuera justo, no hubiera habido demanda que su Hijo sufriera y muriera. Y si Dios no fuera amoroso, no hubiera habido disposición para que su Hijo sufriera y muriera. Pero Dios es tanto justo como amoroso. Por consiguiente su amor está dispuesto a satisfacer las demandas de la justicia.

La ley de Dios demandaba: «y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Deuteronomio 6:5). Pero todos hemos amado otras cosas más. Esto es lo que es el pecado: deshonrar a Dios prefiriendo otras cosas antes que a Él, y actuar conforme a esas preferencias. Por consiguiente, la Biblia dice: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Glorificamos lo que más disfrutamos. Y eso no es Dios. Por lo tanto, el pecado no es algo pequeño, porque no es contra un Soberano pequeño. La seriedad de un insulto aumenta según la dignidad del insultado. El Creador del universo es infinitamente digno de respeto y admiración y lealtad. Por consiguiente, dejar de amarlo no es cosa trivial: es traición. Esto difama a Dios y destruye la felicidad humana.

Puesto que Dios es justo, no esconde estos crímenes bajo la alfombra del universo. Siente una ira santa contra ellos. Merecen ser castigados, y Él ha dejado esto bien claro: «Porque la paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23). «El alma que pecare, esa morirá» (Ezequiel 18:4). Hay una maldición santa que pende sobre todo pecado. No castigar sería injusto. Sería aceptar la degradación de Dios. Una mentira reinaría en el corazón de la realidad. Por tanto, Dios dice: «Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas» (Gálatas 3:10; Deuteronomio 27:26).

Pero el amor de Dios no descansa con la maldición que pende sobre toda la humanidad pecadora. No está contento en mostrar la ira, no obstante cuán santa sea ésta. Por lo tanto Dios envía a su propio Hijo para absorber su ira y llevar sobre sí la maldición por todos los que confían en Él. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición» (Gálatas 3: 13).

Este es el significado de la palabra «propiciación» en el texto citado arriba (Romanos 3:25). Se refiere a la eliminación de la ira de Dios mediante el suministro de un sustituto. El sustituto es proporcionado por Dios mismo. El sustituto, Jesucristo, no solo cancela la ira; la absorbe y la traslada de nosotros a sí mismo. La ira de Dios es justa, y fue aplicada, no suspendida.

No tratemos con ligereza a Dios ni trivialicemos su amor. Nunca nos asombraremos de que Dios nos ama hasta que nos demos cuenta de la seriedad de nuestro pecado y la justicia de su ira contra nosotros. Pero cuando, por gracia, despertamos a nuestra indignidad, entonces podemos mirar al sufrimiento y la muerte de Cristo y decir, «En esto consiste el amor de Dios, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en [absorbente de ira] propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4:10).

**Esta lectura está tomada de La Pasión de Jesucristo, por John Piper.